viernes, 13 de julio de 2012

UN DÍA TRISTE

No sabía que hoy iba a ser otro día triste, de esos en los que uno piensa que nada de lo que ocurre puede ser cierto y que es todo “un sueño de Antonio Resines”.

Me he despertado recordando una conversación de cuando era pequeño, con mis amigos del barrio, en una tarde de verano caluroso bajo la sombra de unos árboles mientras hacíamos perrerías a unas hormigas.

Uno de mis amigos me preguntaba que, si tuviese la posibilidad de que se me concedieran tres deseos, qué pediría. La verdad es que no recuerdo bien qué contesté, pero sí recuerdo lo que mi amigo me dijo, muy inteligentemente; “si tuviera tres deseos, pediría que, con el tercero,  me concedieran tres más”. Me quedé helado. ¿Cómo había llegado a esa conclusión tan grandiosa y cómo no se me había ocurrido a mí también?

La cosa es que me quedé pensando varios días sobre ello (se me ha ido de las manos, y, mira tú; hasta hoy, sigo dándole vueltas) y empecé a divagar sobre qué habilidades me hubiese gustado tener; que si ser invisible, que si ser inmortal, ser muy fuerte… en fin, todo lo que los comics me habían podido meter en la cabeza. Pero, una de las cosas que más me llamaba la atención era poder tener el don de convencer a la gente de que, únicamente pudieran hacer cosas buenas. Así de imbécil podía ser de pequeño (y algo me ha quedado a día de hoy), pudiendo dominar las mentes de la gente en mi maquiavélico beneficio, voy yo, y decido hacer el bien, y sin sacarme los calzoncillos por fuera.

El caso es que, tal y como estamos hoy, con la de estacazos al sentido común, la educación, la ética, el ánimo de la gente, que nos deleitan cada día los que nos dirigen, he amanecido con aquella idea, pensando en que, todos y cada uno de los políticos que participan de esta gran casta de privilegiados, (in)capaces de, sin que uno lo desee, hundir una vida (o varias) sin despeinarse y pensando en lo que hay para cenar esa noche, albergarían en su interior, aún a pesar de esa maldad intrínseca que guardan en lo más profundo, el casto y sano principio del bien, para que, a la hora de gestionar las vidas de este país, se dirigiesen a nosotros con frases como:

-         “Estimados ciudadanos: dado que nos debemos a vosotros, no podemos dejar las vidas de las personas que componen este país, a la deriva, sin un asidero en el que depositar sus puntos de partida, por lo que vamos a llevar a cabo una verdadera gestión de los medios y recursos de este país y lo vamos a dejar en manos de gente cualificada para ello, gente que conozca a la perfección cada área, cada aspecto de la globalidad que se maneja en la gestión de un país, para que, con los más cualificados, podamos autogestionarnos, sin dependencias externas más allá de las relaciones estrictamente necesarias entre países, aludiendo siempre al bien común, eliminado a todo aquél que no funcione bajo tal precepto y defienda lo unitario, el beneficio personal y su lucro, con la verdad siempre en la mirada, pudiendo dirigirse a cada ciudadano con la certeza de haber dado lo mejor de sí mismo en aras de esta idea, donde la igualdad entre todos, hombres y mujeres, no sea un concepto, sino una realidad, que no se limite a creencias o condiciones, ya sean ideológicas, religiosas, de sexo o de cualquier otro tipo. Una sociedad, no un mundo perfecto, un conjunto de personas que pueden vivir las unas con las otras respetando lo que les hace únicos a cada uno, para ser una gran masa compacta, en la que las oportunidades y recursos para que cada ciudadano pueda decidir su propio camino, estén, precísamente, destinados a ese camino, donde quienes rijan y gestionen dichos recursos, velen por que éstos estén asignados con criterios de igualdad y solidaridad.
Vamos a dejar paso a todos aquellos que se sientan preparados para esta tarea, y vamos a aprender de ellos, desde la mayor humildad con la que una persona puede vivir. Y vamos hacerlo por respeto a todos y cada uno de los ciudadanos que un día depositaron su confianza en nosotros.

Les deseamos suerte y, sobre todo, pedimos disculpas por todos los errores que cometimos y por los que asumimos las consecuencias que de ellos se deriven”

Estoy convencido que algo así ya lo pensaron muchos otros, más listos y grandes, y a los que la historia ha reconocido y recordado más de lo que lo hará conmigo, pero ése, y no otro, es el mundo que me gustaría que mis hijos conocieran. Ése es el que yo no seré capaz de dejarles, porque no me habré levantado nunca en contra de todos aquellos que tratan de impedir que eso ocurra. No me habré llevado un golpe de los represivos, no me habrán detenido por mis ideas, no me habrán acusado falsamente, no me habrán insultado y vilipendiado para hundirme… No lo habrán hecho porque no me habrán visto nunca.

Yo sólo hablo. Pero el movimiento se demuestra andando. Y aún no sé si he dado algún paso, quizás por miedo, quizás por comodidad, quizás por falta de compromiso y coherencia conmigo mismo. Quizás por todo y quizás por nada. Yo sólo sé que escribo lo que siento y pienso, pero que no sé transformar, en mi día a día, ese movimiento en potencia, en acto. Y que no me siento bien por ello.

Sólo quiero tratar de hacerlo bien y que se me permita equivocarme. Tener la humildad suficiente como para reconocer mi error, y no repetirlo porque habré aprendido de él. Y con todo, poder dejarles algo, aunque sean estas letras, a los que después de mí, vienen, Y que tengan la posibilidad de conocer eso que yo quisiera haber sabido poder darles, pero que me pasé la vida aprendiendo cómo hacerlo.