Hoy leía esto y me ha hecho darle vueltas al coco por un
momento:
“Hay que ser
consciente de que una ciudad inglesa es una vasta conspiración para desorientar
a los extranjeros” “Se da un nombre distinto a una calle cuando haga la más
mínima curva; pero si la curva es tan pronunciada que crea realmente dos
calles, se mantiene un mismo nombre. Por
otra parte, si, por error, una calle ha sido trazada e línea recta, debe
recibir muchos nombres: High Holborn, New Oxford Street, Oxford Street,
Bayswater Road, Notting Hill Gate, Holland Park, etc. Ya que algunos
extranjeros ingeniosos pueden orientarse incluso en semejantes cicunstancias,
son necesarias alguna precauciones adicionales. Hay que llamar a las calles de
muchas maneras: street, road, place, mews, crescent, arch, path, walk, grave,
gardens, alley, gate, terrace, vale, view, hill, etc.”_ George Mikes ´How
to be a Brit´
Semejante jaleo generado, según el autor, con una
interesada intención, lo que alguno llegaría a llamar conspiración judeo- masónica, sólo puede responder a dos cosas,
bajo mi opinión: una mente retorcida con unas ganas de joder de aquí a Lima, o
bien, una incapacidad para dar un mínimo orden al caos. En los tiempos en los
que vivimos, me costaría responder.
Pero mi reflexión no va por esos tiros. Lo mío va en lo
identificado que me he sentido en esa sensación, en ese sentimiento de
desorientación que mantengo desde que vine por estas tierras (y no estoy en
Londres, precisamente). Mi desnortamiento
está provocado por numerosas cosas que me acontecen, muchas veces a la vez,
muchas veces como proceso o estado prolongado.
Por un lado, la desorientación empírica y objetiva que
supone vivir en el extranjero y a la que le pillas, más o menos, el tranquillo
en lo más elemental, pasadas una semanas, pero que, de vez en cuando, te viene
a visitar para recordarte que no estás en casa. Súmese un cambio de ciudad a la
ecuación cuando ya le habías cogido el aire a la anterior, para añadirle más
variables. No llega al caso de lo descrito por el autor, pero, aquí, en el caso
de los trenes, puede llegar a provocar situaciones tan dispares como que, a las
5 de la tarde, en pleno centro comercial dedicado a los objetos del hogar, con
una línea de autobús exclusiva que une ese centro con la población más cercana
(suelen estar colocados en mitad de lo que conocemos todos por “el puto
campo”), te quedes completamente tirado porque esa línea no tiene buses más
allá de las 5 de la tarde.
Eso sí; el centro comercial, cierra a las 9.
O bien, puedes montarte en un tren con la certeza de que
llegarás a tu destino en el tiempo que has calculado y, de repente, escuchar
algo que no entiendes por megafonía (no depende del idioma, sino de la dichosa
megafonía, que está hecha para que nadie, ni los nativos, entiendan una mierda
de lo que se dice por ella, como en los aviones), verte obligado a bajarte del
tren y darte cuenta de que estás, de nuevo, en mitad del puto campo, sin saber
por qué te has tenido que bajar, ni cuándo pasa el siguiente tren ni, si como
alternativa, hay algo que te conduzca a tu destino. Luego te das cuenta de que
la lógica que aquí impera es que, depende de la parte del tren en la que te
montes, vas a un lado o a otro, porque los trenes aquí, llega un momento en que
los separan.
También puede darse el caso de que te sientas más o menos
a salvo porque vas en tranvía, lo cual implica “cercanía” con tu punto de
origen (craso error), tengas que ir a un destino que, calculando, te llevará
una media hora y, ¡Oh, campos de soledad! ¡Oh, mustios collados! cuando te
bajas, ves que el tren de vuelta a tu origen o no pasa o pasa cada hora. De
nuevo, y sin saber bien por qué, te encuentras en mitad del puto campo,
esperando que no se hayan olvidado de pasar por esa estación.
Hasta aquí la desorientación física.
La falta de norte emocional me acompaña desde el primer
minuto en que me vi obligado a tomar una decisión para cambiar el rumbo que
otros habían dado a mi vida por mí. Cuando iba camino del aeropuerto, cuando me
despedía de mis lebreles, de mi mujer, de mi familia, sin saber si mi plan
“maestro” iba a salir bien. No tengo ni idea de póker, pero bien podría
compararse con un farol de los gordos.
Desde entonces, me siento que no pertenezco a ningún lado.
Vivo gracias a la ayuda de los que me ayudan, de los que conocen mi historia y
me dan mucho más que una cama y un techo. Pero, a pesar del confort, el cariño
y muchas más cosas, no estoy en mi casa. Mi mundo, a pesar de estar en el
extranjero, se limita mucho. Tengo los límites del idioma, de mi pantalla de
ordenador, de las calles que conozco y de las que prefiero no menearme mucho
más allá, no vaya a ser que aparezca, sin yo saber cómo, de nuevo en el puto
campo, tengo los límites de la gente con la que me relaciono, que no son
siempre los que más me apetecen, puedo decidir sobre muchas menos cosas que
antes… y hago con todo ello un totum revolutum que me provoca, además
del tiempo tan cambiante, unos dolores de cabeza que más de una farmacéutica
(empresa, no señora) se frota las manos con mi consumo de paracetamol.
Esa sensación, para el que no la haya vivido, no mola.
Sumémosle que te sientes incompleto, que te falta lo más
esencial, ese motivo que es el que te ha movido a esta aventura… y que están
siempre dentro de eso límites que antes mencionaba. La cojera se hace más que
evidente y andas más perdido que un conejo cuando le dan las largas.
Hoy lo comentaba con una compañera; desde que he llegado
aquí, me siento como a esos perros que se les tiraba al agua, incluso siendo
cachorros, para que aprendieran a nadar o, en todo caso, para que se ahogaran
si no eran capaces. En mi caso, tengo la misma cara de gilipollas que un perro
mojado, a diario, y me tengo que tragar mucha bilis, también a diario, con
todos esos capullos que se sienten, por verme extranjero que no domina bien el
idioma, superiores a mí. Son esos mismos que tenemos en España, y que llamamos gilipollas, nada más que aquí hablan
diferente. Afortunadamente, la balanza se compensa y encuentro a mucha más
gente de bien, que forman parte importante del camino que llevo aquí. Con eso
me quedo.
Uno de los objetivos que tenía por cumplir en este viaje
lo he alcanzado, y debo cuidarlo porque es la llave de todo. Los otros, aún
están por llegar. Y esa espera, que algunos se empeñan en hacer más larga,
desespera. Sumemos entonces: cara de perro mojado, cojera, desesperación,
frustración, tristeza, desorientación…algo positivo también hay, claro. Si no
lo hubiera, ya habría salido en las noticias de sucesos, seguramente. De hecho,
si eso, no seguiría aquí. El caso es que, al otro lado del signo igual, uno se
puede hacer una idea de lo que se va a encontrar tras el sumatorio.
Así es que, y concluyendo, que hoy me está quedando largo,
no sé si mi calle hace curva prolongada, si es una street, way o avenue, si se bifurca o voy en sentido contrario,
pero, si alguna vez voy a Londres, creo que voy a jugar con ventaja con
respecto al resto de turistas: yo ya ando perdido y desorientado.