sábado, 13 de diciembre de 2014

Cruce de caminos

¿Cuándo es buen momento para hacer reflexión sobre el camino que has recorrido? ¿Cuándo es buena idea sacar conclusiones? ¿Cuándo sabe uno que una etapa de su vida a llegado a su fin y que toca reinventarse?

No sé si es necesario que haya un cambio importante en la vida de uno para todas esas cosas que menciono: un nacimiento de un nuevo miembro en la familia, una defunción, un viaje con nuevas experiencias… ¿Se puede hacer reflexión en medio de la rutina? ¿Somos capaces de sacar conclusiones viviendo el día de la marmota una y otra vez?

Me da por pensar todo esto mientras me veo en un estado anímico extraño y en espiral, del que no salgo, bien por falta de tiempo, bien por falta de ganas o bien por mezcla de mil cosas más. La rutina diaria lleva una velocidad diferente a lo que uno necesita. El día tiene las horas contadas y las prioridades siempre están depositadas en otros u otras cosas, nunca en uno mismo, en aclarar las ideas y los estados de ánimo.

La nueva etapa que decidimos empezar ha supuesto y sigue suponiendo, muchos cambios en muchos aspectos: personal, familiar, cambios de percepción del nuevo entorno, comparación constante con lo acostumbrado… Es un esfuerzo diario bastante grande y, aunque algunas piezas encajan lentamente en el puzzle, la energía necesaria para continuar con el día a día es, para mí, demasiada. De ahí que uno se plantee si el camino que estamos andando es el bueno y si tanto esfuerzo tendrá recompensa en algún momento.
 La superación personal y los desafíos están muy bien. Saber dónde están los límites de cada uno y ver hasta dónde somos capaces de llegar, puede ser reconfortante, siempre y cuando se alcancen las metas planteadas a priori, pero hay que pensar también en el desgaste que supone esta empresa.


En este caso concreto, mis piezas aún no encajan. Sigo echando la vista a atrás, a una imagen y una idea de lo que uno tenía o pensaba que tenía, y no miro hacia delante, porque tampoco quiero ir mucho más allá. Es un poco extraña la sensación. Es como estar en un cruce y no saber hacia dónde tirar. Si sigues, estás inquieto porque no sabes qué te vas a encontrar y porque, incluso para llegar a ese punto, ya ha sido costoso. Si piensas en desandar lo andado, creyendo tener la seguridad de lo que conoces, piensas en para qué ha servido pues tanto esfuerzo en andar ese camino…Y al final, sigues en ese cruce, cansado, sin llegar, y sin estar en ningún lado. Y es más o menos así como uno se siente: en medio de la nada, enganchado a la idea de lo que quería que hubiese sido mientras debo abrazar la realidad de lo que ahora es.


Y me pregunto sobre cómo se hace esto de vivir la vida que a uno le toca… ¿O es la vida que uno elige? ¿Qué tipo de vida es la que vivimos; la que queremos o la que podemos?

sábado, 1 de noviembre de 2014

El ánimo

"Cerró los ojos por un momento. Aún podía ver las llamas del coche junto al restaurante. Disparos en el aeropuerto, un hombre asesinado, un coche bomba... Tenia miedo. Era evidente. La muerte era para él una fuente de pánico irremediable con la que llevaba años luchando. Su propia muerte le asustaba tanto o más como las que a diario veía en los informativos o en los periódicos. Quería hacer un sinfín de cosas. Emplear su vida en algo que le reportara satisfacción. Aprovechar el tiempo que le habían concedido y disfrutarlo al máximo para que, una vez en su cama, rodeado de los que más quería, pudiera despedirse de ellos mirándolos fijamente los ojos y sonriendo. La tranquilidad de una vida dedicada a él mismo y a los que le rodeaban. La felicidad de haber sido querido y haber amado sin esperar nada a cambio. Recordar lo vivido y decirse a sí mismo; enhorabuena, has sabido aprovechar tu oportunidad. Has sido feliz y has hecho feliz. Ahora puedes descansar en paz." 

Es curioso. Todos podemos cambiar. Nuestro mundo puede dar giros y giros, vuelcos y vueltas, pero, me he puesto a leer estas líneas de algo que empecé a escribir hace mucho y que siempre está rondándome la memoria, y he sonreído. Sé que no seré capaz de terminarlo nunca, pero me gusta pensar en las sensaciones y en todo lo que me rodeó cuando lo escribí. 

Y, lo que más me gusta es pensar que, aunque esa idea está puesta en la boca de uno de los personajes de esa novela iniciada y nunca acabada, sé que esa idea es mía, que no es algo abstracto puesto en la mente de otro, sino que es mi pensamiento... y que sigue siendo mi objetivo al final del camino. Haber hecho bien los deberes y que, al final, el balance de todo, sea positivo para todos aquellos que estuvieron conmigo. Imposible agradar a todos, pero impensable no hacerlo con los que más quieres. 

 Seguimos intentando que el camino recorrido, nos lleve un día a echar la vista a atrás con esa sonrisa en la boca. Ahora, el camino se ha puesto cuesta arriba, falta el ánimo en ocasiones y la boca sabe a veces amarga, pero la idea sigue siendo la misma. Y ese es el motor que todo lo mueve.

domingo, 21 de septiembre de 2014

NO LO CONSIGO

Quiero, pero no puedo.

Lo intento cada día, pero no lo consigo. Hago un ejercicio mental, para que la sensación cambie. Pero no lo consigo. Sé lo que es la angustia, porque es lo que siento en el estómago nada más despertarme. Sé lo que es la presión de la responsabilidad, porque es con la que he vivido toda la vida. Lo intento, pero no lo consigo.

No son ganas de hacer un drama, más bien ganas de sacar lo que uno lleva dentro. Si intento hacer una catarsis, puedo limpiar un poco el cuerpo por dentro. No sólo el té y las infusiones funcionan, o eso espero.
Ni soy el único, ni estoy descubriendo América. Como yo, muchos miles y, como yo, muchos antes, y mucho peor. “No me puedo quejar”, me repito… pero, es que necesito quejarme. Aunque, últimamente, solo hago eso, y no quiero aburrirme.

Hoy he visto un pequeño fragmento de una historia que cuenta Iciar Bollaín, http://vimeo.com/105439736 y, en parte, y solo en parte, me ha motivado a escribir hoy. Es demasiado el tiempo mascando la misma historia. Tengo la lengua seca y la cabeza dolorida de intentar solucionar la ecuación que me han planteado y que no atino a resolver. Y digo bien, NOS han planteado

Nos han puesto a muchos en una situación en la que ni por asomo nos hubiésemos imaginado. Nos han enseñado un camino, como el único válido, el único con garantías, nuestros padres se han deslomado por seguirlo para que nosotros, más adelante, encontrásemos el fruto de ese sacrificio, han llegado agotados y nos han entregado el testigo con toda la esperanza de que nuestro futuro, estudiando como ellos, en muchos caso, no pudieron, accediendo a profesiones en la Universidad, amasando conocimiento y preparación, estuviese solucionado. Y ahora tienen que vernos por Skype, o en las estaciones de trenes, en aeropuertos, o por Whatsapp comunicándose con nosotros, porque el camino que tenemos que recorrer, se ha hecho aún más largo.

De nada han servido sus madrugones, sus dobles turnos, sus veranos sin vacaciones, su aguantar a más de un jefe desagradable, todo pensando en que, merecía la pena soportarlo si podían llevar dinero a casa y tener lo suficiente para que nosotros no pasásemos por lo mismo. Y ahora, ingenieros, médicos, enfermeros, profesores… todos ellos vagando por la estafa que nos vendieron de la Unión Europea (siempre que vengan bien dadas, si no, cada perro se lame su pijo, y devuélveme lo que te presté, con tu vida, si es necesario) atendiendo establecimientos de comida rápida, de camareros y limpiando retretes, como mano de obra cualificada que son. Viene a ser lo mismo que muchos otros han hecho en nuestro país y que, curiosamente, les hemos dado el mismo trato que, en ocasiones, están recibiendo todos esos que han visto que, en su propio país, en ese que se prepararon para hacer su futuro plan de vida, ese del que muchos sacan su bandera con orgullo (¿de qué?), ese mismo es el que ahora les da la espalda y apela a su “afán aventurero” para que se tengan que buscar la vida fuera, privándoles, además, de ayudas para ello porque, como no paran de decir, “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”.

Y uno se siente que, si bien no le echan (la alternativa de quedarse no tiene mejor pinta, o lleva puesto el traje de la precariedad), si se va, no pasa tampoco mucho. No se lamenta que estemos desperdiciando gente cualificada y suficientemente motivada para sacar un país de una crisis en la que nos han metido, y de la que no nos dejan salir.

Queda poco para elecciones y hay que vender la moto, como siempre, a los mismos tontos que se creen las mismas idioteces. Y esas palabras son como ácido, que nos escupen en la cara y suenan a risas y mofa. En la cara de las familias desahuciadas, en la cara de aquellos a los que son sus familiares los que les mantienen, en la de los que les han quitado las ayudas médicas, o en las listas de espera, menos para la clase real, en los hospitales, de plantas cerradas y camas necesarias pero vacías…

No está quedando nada positivo este post, porque lo intento, pero no lo consigo. Intento encontrar el lado bueno a todo esto, pero no lo consigo, intento entender por qué, pero no lo logro, y me cabreo, y no consigo dejar de estar cabreado, frustrado y desilusionado.

No lo consigo.

jueves, 15 de mayo de 2014

Borroso

Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo se pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo, ya no sabe dónde podrá detenerse. La ruina de muchos comenzó con un pequeño asesinato al que no dieron importancia en su momento” Thomas de Quincey_ Ensayos del asesinato como una de las bellas Artes.

 La noticia de esta semana del asesinato de una figura política a manos de una ex-empleada y las reacciones que en las redes sociales ha supuesto para cuatro descerebrados, ha generado un pasto muy sabroso para todos aquellos que saben pescar en río revuelto. Nada más fácil que poner el altavoz al tonto del pueblo para que la primera sandez que suelte por la boca sea portada en todos los medios y, a partir de ahí, sembrar el campo de los argumentos que darán cuerpo a las acciones posteriores y que justificarán las medidas para, como siempre “protegernos de nosotros mismos y de males mayores” o, lo que viene a significar, censurar y controlar, que se lleva mucho.


La cita que abre este post data de 1827 y la encontré de casualidad en una de mis recientes lecturas. En ese momento, tenía para mí otro significado, y me acercaba más a lo retorcido de lo que en ella se mencionaba para convertir en banal lo más grave y viceversa. Pensaba que a ese grado tan retorcido de realidad ha llegado nuestra ficción diaria (ah! Espera… que es de verdad), donde todo es manipulado hasta el absurdo y asumido con naturalidad.

Pero ahora, tras la noticia de esta semana, el giro y la vuelta de tuerca, toma otro aire y se vuelve a abrir la veda del hay que prohibir con argumentos tan endebles como que Twitter es un sitio peligroso, que hay que regular la libertad de expresión (menuda libertad, pues) y sandeces semejantes. Como decía alguno, una persona que grita en el Congreso de los Diputados “¡que se jodan!” aludiendo a los 6.000.000 de parados que, según ella, están así por mero gusto,  o ese cura que puede soltar salvajadas homófobas por su boca, amparado por la justicia en la, ahora sí, libertad de expresión, son cosas que dan a uno en qué pensar.

Lo primero que a mí me viene a la mente es el grado de degeneración que en España hemos sufrido a partir de la crisis y, quién sabe, sino antes. Toneladas de basura son vomitadas por los medios a diario con el único interés de saturar la capacidad de filtro del personal para conseguir el efecto ni siento ni padezco o bien, el llamado bastante tengo yo con lo mío. Lo cual degenera en la apatía generalizada y el hartazgo global que puede provocar, a mi corto entender, dos reacciones, casi opuestas:
A)    el aborregamiento total de la masa social, donde te la están metiendo doblada a diario pero tu máxima en la vida se convierte en el “Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy”.
B)    La inflamación de la bolsa escrotal hasta el punto que se tome la misma proporción de salvajismo verbal que ha provocado la situación. Lo que viene a ser el “y tú más” pero completamente llevado al extremo. La violencia verbal puede degenerar en algo más.

Y en ese punto estamos: en España, que no somos amigos de echar la vista a atrás para ver qué historia arrastramos (somos más del día a día y quitar y poner ídolos como el que se cambia de calzoncillos, incluidos todos aquellos que usan espátula para ello), la opción B es la excepción, lo que no interesa a según quién. Por lo tanto, es lo que hay que perseguir. Yo te he llamado cabrón y te he dado una colleja de aúpa, pero es que tú te has cagado en mi madre, y eso si que no se lo permito a nadie. Prohibido cagarse en la madre de nadie a partir de ahora.

Y en ese momento, a mí se me saltan las lágrimas y pienso en la distancia que me separa cada vez más de volver a mi sitio, a todo aquello que quisiera que siguiese como hace unos años y que ya nunca volverá. Y esa distancia crece y crece cada día, y yo me alejo un poquito con cada nueva estupidez y ley o recorte que sufrimos.


Y, lo malo es que no sé cuántas lágrimas me quedan.

viernes, 25 de abril de 2014

Perdido y desorientado

Hoy leía esto y me ha hecho darle vueltas al coco por un momento:

Hay que ser consciente de que una ciudad inglesa es una vasta conspiración para desorientar a los extranjeros” “Se da un nombre distinto a una calle cuando haga la más mínima curva; pero si la curva es tan pronunciada que crea realmente dos calles, se  mantiene un mismo nombre. Por otra parte, si, por error, una calle ha sido trazada e línea recta, debe recibir muchos nombres: High Holborn, New Oxford Street, Oxford Street, Bayswater Road, Notting Hill Gate, Holland Park, etc. Ya que algunos extranjeros ingeniosos pueden orientarse incluso en semejantes cicunstancias, son necesarias alguna precauciones adicionales. Hay que llamar a las calles de muchas maneras: street, road, place, mews, crescent, arch, path, walk, grave, gardens, alley, gate, terrace, vale, view, hill, etc.”_ George Mikes ´How to be a Brit´

Semejante jaleo generado, según el autor, con una interesada intención, lo que alguno llegaría a llamar conspiración judeo- masónica, sólo puede responder a dos cosas, bajo mi opinión: una mente retorcida con unas ganas de joder de aquí a Lima, o bien, una incapacidad para dar un mínimo orden al caos. En los tiempos en los que vivimos, me costaría responder.

Pero mi reflexión no va por esos tiros. Lo mío va en lo identificado que me he sentido en esa sensación, en ese sentimiento de desorientación que mantengo desde que vine por estas tierras (y no estoy en Londres, precisamente). Mi desnortamiento está provocado por numerosas cosas que me acontecen, muchas veces a la vez, muchas veces como proceso o estado prolongado.

Por un lado, la desorientación empírica y objetiva que supone vivir en el extranjero y a la que le pillas, más o menos, el tranquillo en lo más elemental, pasadas una semanas, pero que, de vez en cuando, te viene a visitar para recordarte que no estás en casa. Súmese un cambio de ciudad a la ecuación cuando ya le habías cogido el aire a la anterior, para añadirle más variables. No llega al caso de lo descrito por el autor, pero, aquí, en el caso de los trenes, puede llegar a provocar situaciones tan dispares como que, a las 5 de la tarde, en pleno centro comercial dedicado a los objetos del hogar, con una línea de autobús exclusiva que une ese centro con la población más cercana (suelen estar colocados en mitad de lo que conocemos todos por “el puto campo”), te quedes completamente tirado porque esa línea no tiene buses más allá de las 5 de la tarde. Eso sí; el centro comercial, cierra a las 9.

O bien, puedes montarte en un tren con la certeza de que llegarás a tu destino en el tiempo que has calculado y, de repente, escuchar algo que no entiendes por megafonía (no depende del idioma, sino de la dichosa megafonía, que está hecha para que nadie, ni los nativos, entiendan una mierda de lo que se dice por ella, como en los aviones), verte obligado a bajarte del tren y darte cuenta de que estás, de nuevo, en mitad del puto campo, sin saber por qué te has tenido que bajar, ni cuándo pasa el siguiente tren ni, si como alternativa, hay algo que te conduzca a tu destino. Luego te das cuenta de que la lógica que aquí impera es que, depende de la parte del tren en la que te montes, vas a un lado o a otro, porque los trenes aquí, llega un momento en que los separan.

También puede darse el caso de que te sientas más o menos a salvo porque vas en tranvía, lo cual implica “cercanía” con tu punto de origen (craso error), tengas que ir a un destino que, calculando, te llevará una media hora y, ¡Oh, campos de soledad! ¡Oh, mustios collados! cuando te bajas, ves que el tren de vuelta a tu origen o no pasa o pasa cada hora. De nuevo, y sin saber bien por qué, te encuentras en mitad del puto campo, esperando que no se hayan olvidado de pasar por esa estación.

Hasta aquí la desorientación física.

La falta de norte emocional me acompaña desde el primer minuto en que me vi obligado a tomar una decisión para cambiar el rumbo que otros habían dado a mi vida por mí. Cuando iba camino del aeropuerto, cuando me despedía de mis lebreles, de mi mujer, de mi familia, sin saber si mi plan “maestro” iba a salir bien. No tengo ni idea de póker, pero bien podría compararse con un farol de los gordos.

Desde entonces, me siento que no pertenezco a ningún lado. Vivo gracias a la ayuda de los que me ayudan, de los que conocen mi historia y me dan mucho más que una cama y un techo. Pero, a pesar del confort, el cariño y muchas más cosas, no estoy en mi casa. Mi mundo, a pesar de estar en el extranjero, se limita mucho. Tengo los límites del idioma, de mi pantalla de ordenador, de las calles que conozco y de las que prefiero no menearme mucho más allá, no vaya a ser que aparezca, sin yo saber cómo, de nuevo en el puto campo, tengo los límites de la gente con la que me relaciono, que no son siempre los que más me apetecen, puedo decidir sobre muchas menos cosas que antes… y hago  con todo ello un totum revolutum que me provoca, además del tiempo tan cambiante, unos dolores de cabeza que más de una farmacéutica (empresa, no señora) se frota las manos con mi consumo de paracetamol.

Esa sensación, para el que no la haya vivido, no mola.

Sumémosle que te sientes incompleto, que te falta lo más esencial, ese motivo que es el que te ha movido a esta aventura… y que están siempre dentro de eso límites que antes mencionaba. La cojera se hace más que evidente y andas más perdido que un conejo cuando le dan las largas.

Hoy lo comentaba con una compañera; desde que he llegado aquí, me siento como a esos perros que se les tiraba al agua, incluso siendo cachorros, para que aprendieran a nadar o, en todo caso, para que se ahogaran si no eran capaces. En mi caso, tengo la misma cara de gilipollas que un perro mojado, a diario, y me tengo que tragar mucha bilis, también a diario, con todos esos capullos que se sienten, por verme extranjero que no domina bien el idioma, superiores a mí. Son esos mismos que tenemos en España, y que llamamos gilipollas, nada más que aquí hablan diferente. Afortunadamente, la balanza se compensa y encuentro a mucha más gente de bien, que forman parte importante del camino que llevo aquí. Con eso me quedo.

Uno de los objetivos que tenía por cumplir en este viaje lo he alcanzado, y debo cuidarlo porque es la llave de todo. Los otros, aún están por llegar. Y esa espera, que algunos se empeñan en hacer más larga, desespera. Sumemos entonces: cara de perro mojado, cojera, desesperación, frustración, tristeza, desorientación…algo positivo también hay, claro. Si no lo hubiera, ya habría salido en las noticias de sucesos, seguramente. De hecho, si eso, no seguiría aquí. El caso es que, al otro lado del signo igual, uno se puede hacer una idea de lo que se va a encontrar tras el sumatorio.


Así es que, y concluyendo, que hoy me está quedando largo, no sé si mi calle hace curva prolongada, si es una street, way o avenue, si se bifurca o voy en sentido contrario, pero, si alguna vez voy a Londres, creo que voy a jugar con ventaja con respecto al resto de turistas: yo ya ando perdido y desorientado. 

De todos modos, como dijo alguno: ¿Quién dijo miedo?
Nonno_Quién dijo miedo

jueves, 10 de abril de 2014

No me da la gana...

Cosas que le vienen a uno a la cabeza en los momentos menos esperados. Esta mañana, mientras me caía el agua de la ducha en la cabeza, pensaba en un nuevo día en mi nueva vida y mi nueva rutina. Un nuevo día en el que todo es nuevo, en el que todo es diferente y en el que cada cosa que ocurre puede ser una verdadera aventura.

Pensaba en cómo me voy a tener que ir amoldando a esta nueva vida, a este nuevo entorno y a estas nuevas costumbres, y en cómo irá cambiando mi personalidad con tanto cambio a mi alrededor. Me he llegado a plantear si poco a poco iré perdiendo esas cosas que me hacen ser yo, esas cosas (las que sean) que me caracterizan y que, cuando alguien me conoce, también las reconoce como “las cosas de Gus”. Y me ha dado un poco de cosilla. Ya no sólo por mí, si no por los que vendrán, aún por formar y desarrollar esas cosas.

No quiero creerlo
Me ha dado por pensar que, al final, esa gran frase que decía “yo soy yo y mis circunstancias”, va a ser más cierta que cualquier otra afirmación que pueda venir al caso. Uno es lo que es, y se va moldeando, según lo que le ha tocado vivir, según lo que le ha tocado pasar, según lo que ha aprendido, según lo que le han enseñado (y cómo se lo han enseñado) y, sobre todo, según su entorno. Si cambia nuestro entorno, parece lógico pensar que algo, una parte, una gran parte o una mínima parte de nosotros, también cambia, o evoluciona o lo que se quiera decir (aquel río de Platón me viene ahora a la memoria). En esencia, uno no deja de ser uno mismo, pero ¿qué cosas van cambiado con ese nuevo entorno? ¿Acabaré llevando sandalias con calcetines y empleando mis fines de semana en limpiar el coche y arreglar mi jardín? 

Espero que no.

Sobre el tema de las nacionalidades, que he podido leer algo hoy, no hablo porque eso de pertenecer a un cachito de terruño, al final, como que no me identifico con ello. Me preocupa más el tema de las personalidades, que es a lo que voy.

¿Qué va a pasar con mis lebreles? ¿Ellos cambiarán su  carácter para ir amoldándolo a sus nuevas costumbres, a su nuevo entorno? No quiero, y no voy a dejar que así sea, pero, quizás no pueda yo solo, impedir que esa corriente, acabe por sumirnos a todos en ese cauce de orden, in-expresividad y aparente control de todo.

Me da pena cuando veo a los chicos jóvenes saludarse. Esos que se suponen que son tu grupo de amigos en el que te sientes aceptado, seguro, y cómodo, lejos del coñazo de tus padres, que se han convertido en esas dos personas que me quieren amargar la vida. Ves cómo se acercan, “gritando” por la “alegría” de verse y, cuando llega el momento de expresarla con un gesto, aparece ese beso que le das al aire a tu tía, la que tiene pelos en la barbilla y pincha, y que no te gusta nada acercarte a ella, o ese abrazo a medias, que te quedas como descolgado, medio apoyado… Y eso es un saludo cariñoso y que une lazos de amistad. Y me quedo frío, porque veo que mis lechones no son así. Son pequeños, pero llenos de espontaneidad, de entusiasmo, de no tener normas de volúmenes altos, o de darte un abrazo sin venir a cuento porque necesitan decirte que contigo se sienten muy bien. Y no quiero que eso se diluya con el tiempo. No quiero esos abrazos fofos, esas manos en lugar de esos dos besos cargados de afecto… No. Y no quiero dejar de ser yo.

Creo que me voy a convertir en un verdadero Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Seré uno en el trabajo y en el entorno que me rodee, y otro en mi ambiente, con los míos, porque es importante que, sin poner una etiqueta, reconozcan que son diferentes, que vienen de otro sitio, y que ese sitio, para bien o para mal (esperemos que más para lo primero), les hace diferentes a su entorno, por lo que no deben flagelarse si les resulta hostil. Sería lo más normal.

No quiero y no quiero que ellos quieran.


Tal cual.

sábado, 29 de marzo de 2014

De recuerdos y otras historias

Nueva etapa, nuevas cartas, nuevas reglas. Y, entre tanto nuevo, los recuerdos. Te pones a buscar en los fondos de los armarios, en las carpetas con polvo, y aparecen algunas cosas que me recuerdan momentos pasados, de esos que dejamos un poco aparcados pero con muchas ganas de retomar.

Este fragmento es de algo parecido a una historia incompleta que me dio por escribir tiempo atrás. No me veo con el valor de terminarla, pero sí con el suficiente para recordarla, para que me dé una visión de dónde estaba entonces y dónde estoy ahora. Perspectiva, creo que lo llaman. Un recuerdo, vaya… […]

[…] Entró a través de la antigua puerta por la que se accedía a uno de esos recibidores tan maravillosos que aún quedaban en algunas casas de Madrid. El suelo de grandes losetas de mármol blanco, anunciando al número infinito de personas que habían deambulado sobre su superficie, desgastándola y dándola ese aspecto valioso a las cosas con historia. Las barandillas de madera, cuyo barniz se olvidó de brillar y proteger aquellas fendas que se podían apreciar sin mucho esfuerzo. El color de las paredes, tan oscuro y sucio que sólo los mas ancianos podrían recordar si alguna vez esos muros conocieron el brillo y la luz de la pintura recién extendida, emanando ese olor tan característico que es capaz de atravesar tus fosas nasales hasta tus pulmones. El único olor que ahora se podía percibir allí era el de los años, el paso del tiempo y la historia que recorría los peldaños de la gran escalera de madera, crujiente como una galleta a cada paso que dabas. En su gran ojo podía verse la estrella de aquella compañía de artistas: el ascensor de principios de siglo, con su gran reja de forja a modo de portezuela, permitiendo ver el vacío que queda bajo los pies al ascender hacia las alturas. Los detalles del hierro, cuidados en ciertas zonas y oxidados en otras. La malla que cubre todo aquello, como si de una pequeña cárcel móvil se tratara. Su abuelo imaginaba con él subir en una gran nave espacial hacia las estrellas, pasando antes por casa para tomar la merienda que nos de fuerzas, decía, para llegar hasta la luna, y volver a tiempo para que la abuela no se enfade, nene.
Estaba en casa del abuelo; olía igual, la escalera le saludaba mientras veía a la portera entreabrir la puerta para fisgonear al viejo y a su nieto. La nave esperaba la salida de los intrépidos astronautas hacia una nueva aventura que se forjaba cada día en la imaginación de aquellos dos personajes. Un niño de cinco años con una mirada de asombro continua. Con esa sonrisa que sólo la ingenuidad de los niños puede dar valor a aquél gesto. La mirada de amor y devoción que el abuelo devuelve a ese pequeño gran hombre, al que nunca llegará a ver cumplir los nueve. Maldita tos, decía siempre. Un día va acabar conmigo. Palabras de profeta que se harían realidad en la gran cama de su cuarto. ¡Abuelo, abuelo!. Vamos a jugar a los astronautas. Corría hacia él soltándose de la mano de su madre que, con ojos de angustia, se acercaba al regazo de la cama, viendo como su padre dormía en silencio para siempre. Déjalo, nene. El abuelo está durmiendo. Vete a la cocina a tomarte la merienda. La abuela no tardará en llegar. No vio como ella se quedaba junto al viejo, tomándolo de la mano y derramando unas lágrimas silenciosas.

lunes, 10 de marzo de 2014

Nuestros límites

Esta reflexión no tiene base científica alguna ni solidez más allá de lo que yo opino. Teniendo en cuenta que pocos o muy pocos conocerán de la existencia de esta opinión, y lo poco que me importa que se esté de acuerdo o no con ella (no obstante, siempre son bienvenidos los distintos puntos de vista), diré lo que buenamente creo que se ajusta a un gran número de casos, lo cual no hace de ello una ley, pero sí una tendencia general. 

Este preámbulo introduce lo que el título pretende: saber dónde están nuestros límites. Para mí, creo que los límites se pueden establecer en numerosas categorías, pero un par de ellas, a parte de los evidentes y no evidentes, serían "los que nos ponemos a priori"  y "los que conocemos a posteriori". Creo que, sin ninguna duda, los peores son los de la primera categoría. Son los que tienen como fundamento el miedo y la inseguridad y los que nos impiden mirar hacia adelante, evolucionar y aspirar a otra cosa (mejor o peor, pero otra cosa). Son esos que nos anclan al inmovilismo, los que nos amedrentan y nos hacen conformistas. Del conformismo y la actitud posterior también se puede hablar mucho, pero eso que lo hagan otros más listos que yo. 

Los segundos tienen dos tipos de sabores: el que nos deja la amargura de haberlo intentado pero sin éxito, lo cual establece una frontera que delimita nuestro poder hacer, nuestra habilidad, y desarrolla el sentimiento de frustración o, sencillamente, un conformismo de grado mayor al anterior mencionado. Siempre queda el pequeño consuelo de haberlo intentado. Como diría alguno que yo me sé: "lo importante es participar". 

El segundo sabor es el de la absoluta victoria, el del éxito, el del trabajo bien hecho y la recompensa y el premio de lo alcanzado. Lo importante es participar, !pero qué bien sabe ganar! Cuando uno alcanza esa cima y saborea esa miel, debe también andar con pies de plomo; la pérdida de contacto con la realidad, la idea de pensar que todo es alcanzable, que todo es posible para uno, el autoconcepto sobredimensionado de uno mismo... es peligroso. Y no hay nada como una buena dosis de humildad (ta mal vista hoy en día) para recolocar los pensamientos. Esta humildad suele ir de la mano del fracaso y de haber conocido nuestros límites anteriormente. El sabor agrio de la derrota.

Pero creo que lo más importante es conseguir sacar una lectura positiva en ambos casos, más si cabe cuando nos llevamos el chasco, cuando mordemos el polvo y nos hemos rebozado por el barro. Es ahí donde uno puede volver a la comodidad del sofá, a ese conformismo grisáceo, o pensar en sacudirse el polvo e intentar de nuevo ver si se puede. 

En estos tiempos oscuros, donde los límites vienen cada vez más impuestos por aquellos que, con el miedo, pretenden dejarnos apoltronados, anestesiados y sin más ganas de intentarlo, conviene recordar que siempre hubo que hacer un gran sacrificio para eliminar esas barreras, y que las historia nos demuestra que es preferible llenarse la cara de barro mil veces, que someterse al ostracismo y el miedo de quien nos lo pretende imponer. 

Hoy disfruto del sabor dulce del éxito, esperando la próxima vez que deba limpiarme la cara de barro. 

sábado, 15 de febrero de 2014

LA CUERDA




Escribir sin tener sobre qué hacerlo. Y no será por actualidad

Quizás sea ese el problema; la abundancia de información, de temas sobre los que pensar y opinar (creo que es el orden correcto, si bien muchos se deciden a hacerlo a la inversa o, incluso, sin el primer verbo. Éso está muy mal visto). Nuestros indeseables políticos nos deleitan cada día con una nueva dosis de insensibilidad que le hacen plantearse a uno hasta qué punto debemos aguantar esta situación.

Podríamos hablar y opinar sobre esa actualidad y no encontraríamos nunca veinte opiniones iguales. Quizás todas estén bañadas por el mismo esmalte del descontento general, pero, como a cada uno la cosa le afecta según le funcione el día a día, pues así nos va. Creo que una marca genética de los españoles es la del lema “si a mí no me toca, no va conmigo”. No he hecho ningún estudio socio- científico por falta de medios económicos y patrocinadores estatales o privados, pero dan ganas de salir a la calle con papel y boli y preguntar a cincuenta mil personas (por tener una muestra amplia) en qué medida le afecta el día a día político en su rutina diaria. Veríamos que, los más indignados serían aquellos con más dificultades y los más “pasivos”, por denominarlos de alguna manera, los que tienen como mayor preocupación, mantener el estatus que han conseguido. A fin de cuentas, es lo que muchos intentamos, pero los medios con los que contamos cada uno, y las circunstancias que nos rodean son bien diferentes en cada caso. Eso sí; siempre nos da por compararnos con el de al lado y, cuando salimos escaldados, nuestros impulsos más oscuros nos llevan a despotricar contra el “agraciado” de nuestra comparación. Otra gran seña de identidad impresa en nuestro genoma español.

Las últimas lecturas de estos días, me han permitido repasar una visión subjetiva a todas luces de la evolución social de España en el último siglo, sobre todo, desde los inicios y acontecimientos que desembocaron en la Guerra Civil, con todo lo que después ocurrió tras ella que, a día de hoy, marca a fuego nuestra identidad en la piel de toro (utilizo muchos tópicos de identidad que aborrezco incluso su escritura, para señalar aún más otro gen español a todas luces: el de “o conmigo, o contra mí”). Pensar que han pasado más de 70 años de aquello, de los cuales, 40 años fueron de una dictadura permitida por muchos de los que hoy en Europa nos siguen diciendo qué hacer con nuestras vidas sin conocernos, y que seguimos atascados en aquellos temas que hoy, parecen cobrar fuerza y ser más actuales que nunca. Los motivos: las mismas ideas con las mismas personas (mismo perro, diferente collar). Es lo que tiene el ADN; que se transmite por años, unos dicen que mejorado (no es el caso), para mantener la especie.

Pero, ojalá fuera un tema genético. Quizás podríamos encontrar cura, pero del tema que hablamos es mucho más complejo. Es algo que no conoce aún límites, que es innegable incluso en las más altas esferas de cualquier sociedad medianamente desarrollada (quizás aún más en éstas), que afecta al más pintado, ya vista como un pordiosero o cada zapato que calce supere los 5000€. Estamos hablando de la estupidez humana.

Aquí marco una diferencia y me vengo arriba hablando de la humanidad entera. ¿Quién dijo miedo? En una época donde decir lo que a uno le viene en gana sin contrastar la información y sin aportar ningún tipo de soporte que avale dicha opinión, está más que justificado que un panoli como yo pueda hacer lo mismo.

Siempre se utilizan los mismo tópicos sobre lo que es capaz de hacer el género humano con, para y contra sus congéneres. Somos capaces de lo más horrendo y de lo más hermoso al mismo tiempo. Cada día hay mil noticias de las dos versiones. Cada uno que elija la que quiera. Por mi parte, me quedo con lo horroroso, más que nada porque doy por supuesto que lo increíble y hermoso, es algo que debería venir de serie en todos nosotros, con matices, claro.

En lo horroroso entra la actualidad diaria mundial y, más cercana, la española. El ASESINATO de 15 inmigrantes (a día de hoy) en la frontera con Marruecos tras las acciones de la Guardia Civil, así como las declaraciones (que no explicaciones) del Ministro del Interior y del Director General de dicho Cuerpo, te hacen pensar en la crueldad que somos capaces de desarrollar. Y ya no sé si me asusta más leer sobre lo ocurrido o sobre los que opinan de ello. Aquí vuelve a aflorar el genoma español y la línea que nos viene separando desde hace más de 70 años en dos mitades bien diferenciadas. Son de los míos o están contra mí. Y hablo de los que apoyan y defiende esas acciones, y de los que pensamos que un crimen como ese nunca está justificado y debería haber responsables en los tribunales. Conclusión: seguimos teniendo que decidir en qué bando colocarnos. Lo cual nos lleva a pensar en el tipo de sociedad en que vivimos, y cómo pensamos que vamos a avanzar tirando cada uno de la cuerda en sentido contrario.

Otra conclusión a la que llego: se acabó la cuerda. Quiero otra. Y en esas estamos; en cambiar de cuerda. Y que cada uno entienda por cuerda lo que quiera, y que cada uno saque su idea de cómo hacerlo, de qué propuestas colocar sobre la mesa para cambiar su cuerda. Eso sí; algo que es innegable: si no te mueves, la cuerda sigue ahí, y ganan los que se aprovechan de tu estatismo, de tu apatía y de tu ignorancia, pensando que “si a mí no me afecta, no va conmigo”. ¿Invertimos en genética o en educación?