jueves, 15 de mayo de 2014

Borroso

Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo se pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo, ya no sabe dónde podrá detenerse. La ruina de muchos comenzó con un pequeño asesinato al que no dieron importancia en su momento” Thomas de Quincey_ Ensayos del asesinato como una de las bellas Artes.

 La noticia de esta semana del asesinato de una figura política a manos de una ex-empleada y las reacciones que en las redes sociales ha supuesto para cuatro descerebrados, ha generado un pasto muy sabroso para todos aquellos que saben pescar en río revuelto. Nada más fácil que poner el altavoz al tonto del pueblo para que la primera sandez que suelte por la boca sea portada en todos los medios y, a partir de ahí, sembrar el campo de los argumentos que darán cuerpo a las acciones posteriores y que justificarán las medidas para, como siempre “protegernos de nosotros mismos y de males mayores” o, lo que viene a significar, censurar y controlar, que se lleva mucho.


La cita que abre este post data de 1827 y la encontré de casualidad en una de mis recientes lecturas. En ese momento, tenía para mí otro significado, y me acercaba más a lo retorcido de lo que en ella se mencionaba para convertir en banal lo más grave y viceversa. Pensaba que a ese grado tan retorcido de realidad ha llegado nuestra ficción diaria (ah! Espera… que es de verdad), donde todo es manipulado hasta el absurdo y asumido con naturalidad.

Pero ahora, tras la noticia de esta semana, el giro y la vuelta de tuerca, toma otro aire y se vuelve a abrir la veda del hay que prohibir con argumentos tan endebles como que Twitter es un sitio peligroso, que hay que regular la libertad de expresión (menuda libertad, pues) y sandeces semejantes. Como decía alguno, una persona que grita en el Congreso de los Diputados “¡que se jodan!” aludiendo a los 6.000.000 de parados que, según ella, están así por mero gusto,  o ese cura que puede soltar salvajadas homófobas por su boca, amparado por la justicia en la, ahora sí, libertad de expresión, son cosas que dan a uno en qué pensar.

Lo primero que a mí me viene a la mente es el grado de degeneración que en España hemos sufrido a partir de la crisis y, quién sabe, sino antes. Toneladas de basura son vomitadas por los medios a diario con el único interés de saturar la capacidad de filtro del personal para conseguir el efecto ni siento ni padezco o bien, el llamado bastante tengo yo con lo mío. Lo cual degenera en la apatía generalizada y el hartazgo global que puede provocar, a mi corto entender, dos reacciones, casi opuestas:
A)    el aborregamiento total de la masa social, donde te la están metiendo doblada a diario pero tu máxima en la vida se convierte en el “Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy”.
B)    La inflamación de la bolsa escrotal hasta el punto que se tome la misma proporción de salvajismo verbal que ha provocado la situación. Lo que viene a ser el “y tú más” pero completamente llevado al extremo. La violencia verbal puede degenerar en algo más.

Y en ese punto estamos: en España, que no somos amigos de echar la vista a atrás para ver qué historia arrastramos (somos más del día a día y quitar y poner ídolos como el que se cambia de calzoncillos, incluidos todos aquellos que usan espátula para ello), la opción B es la excepción, lo que no interesa a según quién. Por lo tanto, es lo que hay que perseguir. Yo te he llamado cabrón y te he dado una colleja de aúpa, pero es que tú te has cagado en mi madre, y eso si que no se lo permito a nadie. Prohibido cagarse en la madre de nadie a partir de ahora.

Y en ese momento, a mí se me saltan las lágrimas y pienso en la distancia que me separa cada vez más de volver a mi sitio, a todo aquello que quisiera que siguiese como hace unos años y que ya nunca volverá. Y esa distancia crece y crece cada día, y yo me alejo un poquito con cada nueva estupidez y ley o recorte que sufrimos.


Y, lo malo es que no sé cuántas lágrimas me quedan.

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