Quiero, pero no puedo.
Lo intento cada día, pero no lo consigo. Hago un ejercicio
mental, para que la sensación cambie. Pero no lo consigo. Sé lo que es la
angustia, porque es lo que siento en el estómago nada más despertarme. Sé lo
que es la presión de la responsabilidad, porque es con la que he vivido toda la
vida. Lo intento, pero no lo consigo.
Ni soy el único, ni estoy descubriendo América. Como yo,
muchos miles y, como yo, muchos antes, y mucho peor. “No me puedo quejar”, me
repito… pero, es que necesito quejarme. Aunque, últimamente, solo hago eso, y
no quiero aburrirme.
Hoy he visto un pequeño fragmento de una historia que cuenta
Iciar Bollaín, http://vimeo.com/105439736
y, en parte, y solo en parte, me ha motivado a escribir hoy. Es demasiado el
tiempo mascando la misma historia. Tengo la lengua seca y la cabeza dolorida de
intentar solucionar la ecuación que me han planteado y que no atino a resolver.
Y digo bien, NOS han planteado.
Nos han puesto a muchos en una situación en la
que ni por asomo nos hubiésemos imaginado. Nos han enseñado un camino, como el
único válido, el único con garantías, nuestros padres se han deslomado por
seguirlo para que nosotros, más adelante, encontrásemos el fruto de ese
sacrificio, han llegado agotados y nos han entregado el testigo con toda la
esperanza de que nuestro futuro, estudiando como ellos, en muchos caso, no
pudieron, accediendo a profesiones en la Universidad, amasando conocimiento y
preparación, estuviese solucionado. Y ahora tienen que vernos por Skype, o en las
estaciones de trenes, en aeropuertos, o por Whatsapp comunicándose con
nosotros, porque el camino que tenemos que recorrer, se ha hecho aún más largo.
De nada han servido sus madrugones, sus dobles turnos, sus
veranos sin vacaciones, su aguantar a más de un jefe desagradable, todo
pensando en que, merecía la pena soportarlo si podían llevar dinero a casa y
tener lo suficiente para que nosotros no pasásemos por lo mismo. Y ahora,
ingenieros, médicos, enfermeros, profesores… todos ellos vagando por la estafa
que nos vendieron de la Unión Europea (siempre que vengan bien dadas, si no,
cada perro se lame su pijo, y devuélveme lo que te presté, con tu vida, si es
necesario) atendiendo establecimientos de comida rápida, de camareros y limpiando
retretes, como mano de obra cualificada que son. Viene a ser lo mismo que
muchos otros han hecho en nuestro país y que, curiosamente, les hemos dado el
mismo trato que, en ocasiones, están recibiendo todos esos que han visto que,
en su propio país, en ese que se prepararon para hacer su futuro plan de vida,
ese del que muchos sacan su bandera con orgullo (¿de qué?), ese mismo es el que
ahora les da la espalda y apela a su “afán aventurero” para que se tengan que
buscar la vida fuera, privándoles, además, de ayudas para ello porque, como no
paran de decir, “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”.
Y uno se siente que, si bien no le echan (la alternativa de quedarse
no tiene mejor pinta, o lleva puesto el traje de la precariedad), si se va, no
pasa tampoco mucho. No se lamenta que estemos desperdiciando gente cualificada
y suficientemente motivada para sacar un país de una crisis en la que nos han
metido, y de la que no nos dejan salir.
Queda poco para elecciones y hay que vender la moto, como
siempre, a los mismos tontos que se creen las mismas idioteces. Y esas palabras
son como ácido, que nos escupen en la cara y suenan a risas y mofa. En la cara
de las familias desahuciadas, en la cara de aquellos a los que son sus
familiares los que les mantienen, en la de los que les han quitado las ayudas
médicas, o en las listas de espera, menos para la clase real, en los
hospitales, de plantas cerradas y camas necesarias pero vacías…
No está quedando nada positivo este post, porque lo intento,
pero no lo consigo. Intento encontrar el lado bueno a todo esto, pero no lo
consigo, intento entender por qué, pero no lo logro, y me cabreo, y no consigo
dejar de estar cabreado, frustrado y desilusionado.
No lo consigo.