sábado, 12 de noviembre de 2016

CONSECUENCIAS

Que la humanidad se ha vuelto loca es algo que parece evidente para muchos. Que esa locura está acabando con nuestro entorno, con nuestro planeta, es algo que muchos aún no quieren ver (por sus intereses personales o profesionales) pero que pasará de manera irremediable a pesar de los necios que lo niegan. Que estamos contribuyendo a que esa cadena de relaciones causa- efecto se acelere, es palpable a tenor de las decisiones que las sociedades occidentales, principalmente están tomando (París será siempre la ciudad de la Torre Eifel y no donde se dijo que había que ponerse las pilas para que tengamos agua para todos en los próximos 50 años). Ponemos nuestras vidas y las de nuestras futuras generaciones en las manos equivocadas y luego nos sorprendemos de los resultados.
Errores pasados presentes
Aparentemente, la sociedad, como conjunto de personas que comparten entorno y se relacionan entre sí, limitando con normas y acuerdos esa relación, está basada en una idea interesante, llevada de manera fatal a la práctica, en mi más humilde opinión. Los últimos acontecimientos políticos en España y USA son buenos ejemplos de cómo en esas sociedades, una gran parte de su población va a quedar estigmatizada y asumirá consecuencias que les afecten negativa y directamente, sin haber sido ellos los que hayan decidido.
Mi corta imaginación no da para imaginar sistemas sociales donde la igualdad y la justicia sean más patentes. Los principales culpables de que todos esos sistemas no sean más que utopías somos nosotros mismos, los que formamos parte de esas sociedades.
Que Internet será el mayor avance tecnológico de nuestra era, con una repercusión global como lo pudo ser el fuego, la rueda, la imprenta, o el aeroplano, no se le escapa a nadie. Que de ese avance tecnológico nos hemos hecho esclavos y hemos condicionado nuestra evolución social, para lo bueno y para lo malo, creo que se va palpando más y más a diario. Hemos creado una herramienta que ha cambiado nuestra vida para siempre, pero nos somos conscientes ni tenemos capacidad de medir las consecuencias que ello nos acarreará.
Compartimos nuestra intimidad a diario, consciente o inconscientemente y nos parapetamos en una aparente seguridad y anonimato que no existe. Cada uno de nuestros pasos, de nuestros deseos, de nuestros gestos informáticos en Internet, dejan un rastro que nos definen, que nos deja al descubierto. Internet es una puerta de infinitas posibilidades, con una proyección exponencial de las consecuencias de sus acciones, positivas y negativas.
En el anterior post mencionaba las contradicciones de nuestra sociedad con las decisiones que tomamos. Yo mismo me doy cuenta de que, con mis actos más que normales, me contradigo entre lo que pienso y hago, comprando por ejemplo en cadenas de multinacionales, ropa que sé que ha sido elaborada por mano de obra explotada, por ejemplo. ¿Por qué lo hago entonces?
Para mí, la respuesta es compleja y sencilla a la vez. Si la respuesta se puede contestar a la gallega con otra pregunta, sería ¿qué alternativa se me ofrece? ¿Está ajustada esa alternativa a la necesidad de una mayoría y a los principios de esa mayoría? Esas preguntas, creo que también serían complejas de contestar. La respuesta sencilla, para mí, sería decir claramente, que soy una marioneta del sistema, con derecho a pataleta en nuestras amadas redes sociales, que han aumentado nuestro nivel de frivolidad hasta unas cotas insufribles.
Alguien me podría decir que no compre ese artículo en esa tienda que explota incluso a niños. Podría irme a una tienda de Comercio Justo y gastarme 3 veces el valor del anterior artículo, y pensaría que ese comercio es justo para los que lo producen, pero que el sistema no lo es conmigo. Para ser consecuente con mi conciencia, debo emplear más dinero (incluso en desplazarme a esa tienda, que ha sido apartada del centro comercial masivo donde se concentra la atención del cliente), pero por ser consecuente con mi sociedad, yo no voy a recibir más sueldo, al contrario. Por lo tanto, mi libertad de decisión no es plena, sino que está condicionada por mi nivel económico y mis ingresos (hablo de artículos de primera necesidad, no de lujos como unas gafas de sol, por ejemplo). El sistema me ha condicionado y sugestionado para que, finalmente, mi elección sea contraria a mis principios.
El idealismo lleva dándose de tortas con la realidad durante toda la historia de la humanidad. Somos capaces de conceptuar esos elementos de armonía, pero como sociedad, no seremos nunca capaces de llevarlos a cabo. Como ya he dicho, buen fondo, nefasta puesta en escena.
Somos por tanto en germen de nuestra decadencia. Nos hemos inventado como grupo con taras, y hemos creado tarados para que nos dirijan. Lo hemos asumido como algo normal, y en las últimas dos décadas, no hemos otorgado de las herramientas suficientes para que nuestros niveles de estupidez e ignorancia aumenten de manera gradual y proporcional, al nivel de control que esos tarados ejercen sobre nosotros. En el pasado nos dimos conceptos como el de democracia, república, elecciones, voto y hemos ido aparcando valores como la reflexión, el diálogo o la compresión del otro (la ahora llamada inteligencia emocional), los hemos estigmatizado dejándolos en el mundo del idealismo, y los hemos sustituido por la inmediatez, la posesión de lo material y, sobre todo, Internet.
El mundo estaba bastante jodido desde hace tiempo, pero desde el martes 8 de Noviembre de 2016 es un lugar mucho peor en el que habitar. A mí, que espero que me quede aún media vida por delante, me importa ya eso un carajo, pensando en lo que les va a tocar vivir a las generaciones que vienen detrás. Ellas serán las que sufran aún más las consecuencias del cambio climático que negamos, la exaltación del fascismo que nuestra historia ha repetido numerosas veces, la quema de los valores sociales que se construyen entre individuos educados y con pretensiones nobles y, en resumen, un panorama realmente apocalíptico del que no soy capaz (y aunque lo fuera) de imaginarme sus vertientes más canallas.
Como dijo esta semana un analista de los resultados electorales de USA, cómo le explico a mis hijos mañana, cuando se levanten, que el mundo en el que yo les educo a ser respetuosos con el otro, con sus mayores, donde trabajar en común con la gente es mejor que trabajar contra ella, donde no les debe importar el color de la piel de su compañero de clase (¡qué sabrán ellos ahora de creencias u orientaciones sexuales!), ese mundo donde el fin no justifica los medios, donde yo soy igual de importante que el que tengo junto a mí…cómo les explico todo eso hace tiempo que no existe, y que se tienen que preparar para otro en el que pisas o te pisan.

Me cuesta horrores sacar una gotita de positivismo entre tanta mierda humana que generamos. Para qué engañarnos. 

lunes, 19 de septiembre de 2016

Catalogando

Diseñado para tu neceisidad
Viendo el catálogo de IKEA, una de las cosas que percibo en cada una de las páginas que ofrecen, es una sensación de irrealidad, de engaño permanente. Creo que los publicistas y encargados del marketing consiguen con ese catálogo exactamente lo que quieren; despertar en el cliente que esa irrealidad que ellos muestran en cada foto, en cada ambiente mostrado, es exactamente lo que ellos necesitan, lo que nosotros queremos y anhelamos. Yo mismo me descubro pensando en cómo quedará esa lámpara o ese mueble que veo en la realidad de mi cocina o mi salón, deformando esa realidad hasta hacerla coincidir con la de la foto para convencerme de que ése, y no otro, es el producto que encaja con mi necesidad y que IKEA lo ha vuelto a conseguir. Ha puesto, con muy poco, al alcance de mi mano ese poquito de felicidad y confort que me hacía falta, aún sin yo saberlo ni realmente necesitarlo.

Correr la cortina y ver la trastienda de todo eso es perjudicial para cada uno de nosotros. Nos interesa vivir ajenos a todo lo que queda detrás de las páginas del catálogo y que encierra un gigante mundial como esta empresa, de la que encuentras una tienda en cualquier ciudad de Europa y América donde el interés particular haya vencido al interés general de esa población.
Impresionantes superficies comerciales se abren paso generalmente a las afueras de estas ciudades (¿una manera de asegurarse una necesidad de transporte de sus objetos?) al amparo en muchos casos de acuerdos urbanísticos poco claros. Detrás de esas puertas se esconden las condiciones salariales de aquellos que hacen que el imperio se mantenga (de que prospere ya nos encargamos los clientes), la procedencia poco clara de sus materias primas, lo que ha sido necesario para conseguirlas (una producción a esa escala debe provocar una gran demanda de madera a nivel mundial. Desde la más absoluta ignorancia, ya que no he indagado demasiado en ello, pienso que la madera necesaria deja superficies taladas en algún lado y que la desertización, si no hay una repoblación efectiva de lo talado, avanzará tranquilamente. Si, además, esos focos de materia prima están en zonas protegidas o con valor natural a proteger, ¿respeta IKEA esos principios?) y los acuerdos comerciales poco claros que permiten una actividad entregada plenamente al capitalismo/ consumismo del que todos formamos parte. Un mecanismos que, en última instancia, alimentamos con nuestras supuestas necesidades a partir de un catálogo generadas.

Esa falta de contacto con la realidad de una actividad comercial, me pregunto si será extrapolable a la falta de contacto de la clase política con sus ciudadanos. Entiendo que, en ambos casos, el objeto común, el consumidor, también llamado pueblo soberano para que nos suene mejor, es tratado como un simple objeto dentro de un engranaje que responde a un fin mayor. De ese consumidor se espera nada más que ejerza su “libertad” condicionada (llámese catálogo o llámese promesa electoral) para que el engranaje siga funcionando, manteniéndole siempre alejado de la trastienda que esconde los entresijos de ese mecanismo, en ambos casos, llamado capitalismo. Formamos parte de él, queramos o no, y nos contradecimos constantemente entre nuestras acciones y principios. Exigimos que los políticos tomen contacto con la realidad de nuestras necesidades para que, con nuestro dinero, respondan a un teórico interés común de la sociedad, mientras nosotros compramos tecnología, ropa y otros objetos, cuyo origen es equivalente, en muchos casos, a esclavitud, condiciones laborales más que deleznables, acuerdos comerciales más que dudosos, y personas perjudicadas en aras de un producto final, casi siempre muy por encima de las necesidades de muchos. Nosotros miramos para otro lado mientras compramos todas esas cosas, y, en muchos casos, aplaudimos y escribimos páginas de alabanza en los periódicos, sobre aquellos que han basado su imperio en todos esos inhumanos aspectos antes mencionados. Creamos figuras a las que subimos a altares y, si tienen nacionalidad que nos interese, encima presumimos de ellas porque son “paisanos” hechos a sí mismo a base de esfuerzo y otros cuentos chinos.

Somos una contradicción con cada decisión que tomamos. Basta con mirar nuestras casas y ver la cantidad de cosas de las que podemos prescindir y que hemos comprado a esos imperios. Luego exigimos a los que elegimos como representantes, independientemente de lo poco limpios en sus actos o ideas que sean (es que son de los míos, argumentamos), que sean honestos con sus ideas y acciones, consecuentes en el discurso. A ese nivel es además, más que exigible. Al nuestro, es completamente perdonable aumentar la discriminación, la explotación, el subdesarrollo y la desigualdad. Miramos hacia otro lado y fuera.

¿Es un reflejo la clase política de lo que nosotros mismo proyectamos a la sociedad? ¿Es quizás una comparación muy osada e insultante para algunos? Supongo que todo es comparable siempre que se admitan matices porque, a grandes rasgos, hay comportamientos del día a día que  se repiten también, a mayor escala en los telediarios.
¿Hasta qué punto se puede llegar a ser contradictorio con tus ideas y tus actos? ¿Cuál es la frontera que nos ponemos para decir “hombre; es que eso no se puede comparar con mi caso”? Quizás debamos definir y redefinir esos matices que hacen o no las cosas comparables. Pero a mí siempre me da que pensar que la manipulación que sufrimos a diario esté provocada por los mismos y hacia los mismos. Quizás de ella aprendemos y después nos comportamos, o quizás está directamente ya basada en nuestros propios comportamientos y adaptada para nuestras necesidades. Esa reciprocidad es lo que da algo de miedo y nuestro borreguismo diario para sentirnos cómodos en un mundo de locos.


viernes, 2 de septiembre de 2016

Fácil parece

Hoy me ha ocurrido una cosa en el trabajo que me ha hecho reflexionar en el mismo momento en el que la vivía porque viene a colación con la actualidad de España, esa nación que muchos tratan de describir y pocos lo consiguen...

¿Por qué no?

Estábamos en una reunión, en este caso "jugando fuera de casa" ya que no era en nuestras oficinas, dirimiendo de qué manera íbamos a llegar a un acuerdo económico después de una relación laboral la mar de tortuosa en nuestro anterior proyecto. La empresa en cuestión es referencia en su país dentro del sector que desarrolla. Son, como dicen aquí, el Mercedes del sector en cuestión. 

A la mesa nos sentábamos 3 personas de cada compañía y todos nosotros nos sentíamos en plena posesión de la verdad absoluta. En nuestro caso, al ser la parte contratante, que es al final la que mayor presión y responsabilidad recibe por otro lado, jugábamos nuestras cartas en ese aspecto, sabedores de que, a pesar de la teórica ventaja, iba a ser complicada la negociación. 

La reunión ha durado casi cuatro horas, con una pequeña pausa para llamarnos perro judío entre bromas...la hipocresía que no falte, claro. He podido "deleitar" un café de calcetín aguado, sin azúcar y tirando a templado que ha hecho que el regusto de revivir todas las atrocidades experimentadas con esa empresa durante el proyecto, quedase aún más marcado. 

Durante el proceso, hemos esgrimido cada uno nuestras cifras, números, etc. con cuidado de no dar pasos en falso para que el otro no se nos echara encima al menor descuido. Un fallo con el lenguaje o los números, implica esa ventaja al otro, el huequecito que necesita, para tirar todo por tierra

Yo no he preparado nada de la reunión, ya que el peso recaía sobre mis dos compañeros, que son los que han heredado la otra parte menos agradable del trabajo, que es cerrar el contrato con una empresa tras el fin de la relación laboral. En mi caso, mi presencia estaba justificada para ejercer un equilibrio entre los presentes y argumentar en determinados momentos, el devenir técnico del proceso. Baste decir que uno de los puntos de la discusión ha caído de nuestro lado tirando de memoria de lo ocurrido. 

El caso es que, tras esas casi cuatro horas, ha habido que llegar al tan temido acuerdo para evitar las demandas, los juicios, los procesos largos y tediosos con los abogados, etc. Ambas partes estábamos de acuerdo en que, de allí, algo en claro tenía que salir antes de llegar a ese extremo. 

Al final, no sin mucho pelear el debate, hemos acordado resumir determinados puntos en una cesión de argumentos que nos han hecho medio entendernos, salvando el mal mayor que serían las demandas. Ha habido que ceder por ambas partes para que el tiempo invertido haya valido la pena. 

En ese momento me he acordado del juego al que nos tienen acostumbrados nuestros políticos y me ha dado mucha pena. 

Algo así, como lo que me ha pasado a mí hoy, se podría perfectamente extrapolar porque, aunque hablemos de una empresa, de cantidades menores de dinero y de intereses particulares, en el fondo, había algo que no hay entre nuestros políticos:voluntad para el acuerdo, cediendo y manteniéndose firme. 

Hoy he aprendido algo bueno y algo malo. 

sábado, 27 de agosto de 2016

Aprender...siempre aprender

Cosas que he aprendido al tener que irme a vivir al extranjero:


- que mi casa está donde está mi familia.
- que vivir sin ellos es lo más difícil que me ha pasado en este tiempo (afortunadamente...lo más difícil).
- que cualquier sacrificio merece la pena si le acompaña una sonrisa de ellos. 
- a echar de menos las cosas que antes daba por hecho (una calle, un entorno, una charla en el barrio...)
- que, a pesar de estar fuera, soy un verdadero afortunado. Que antes de venir, también lo era.
- que mi país de acogida no es tan malo como dicen, pero tampoco tan bueno como lo pintan. Que no solo deben envidiar nuestro sol. 
- el significado de la palabra frustración. 
- que mi frustración no es nada comparada con la de muchos otros. 
- que no echo de menos nada relacionado con la clase política de mi país, que no está a la altura de la gente que lo habita. 
- que a veces mi anterior idea se contradice con el pensamiento de que tenemos lo que nos merecemos. 
- que cualquier experiencia (no traumática) puede provocar un cambio en uno. Que nosotros somos los que debemos decidir si queremos que sea positivo.
- A saber buscar más cosas positivas y poder disfrutar de ellas. 
- a seguir hacia adelante...
- que me queda mucho por aprender.
- que tengo que saber diferenciar lo urgente de lo importante. y anteponer los segundo. 
- que un día sólo seremos recuerdos y fotos y que entre medias la vida son dos días. Vuelvo al punto anterior.

Quiero anotarme todas estas cosas antes de que se me olviden, antes de que la rutina me aplaste con mis "problemas" diarios, porque quiero que un día, cuando me toque echar la vista a atrás, las cosas vividas, puedan tener el aspecto más positivo posible para sacar una media sonrisa y pensar que aprendí algo de todo esto.
Relativizar es la clave pero lo fundamental anda en la azotea. Qué gafas para ver la vida nos ponemos cada día. Yo casi siempre llevo las del pesimista acérrimo, las del que se contradice entre lo que dice y lo que hace, y otros días me pongo las de repuesto y aprendo que soy muy gilipollas. Mucho más de lo que ya pensaba, que no era poco.
Cada periodo de desconexión territorial, como antiguamente, me provoca un aluvión de sensaciones de todo tipo, de esas con las que te comes el mundo y el cocido ese con el que te regalan el viaje si te lo consigues acabar. Al rato, me hablan cuatro en ese idioma dialectado y me pondría a llorar como un niño por no entenderlo. Y eso es porque mi perspectiva no sigue una línea clara a la hora de ver las cosas, sino que da tumbos y pasa por los mil estados anímicos de un año lunar.

Por eso iremos anotando qué sacamos poco a poco en claro de las etapas de nuestra vida, con el fin de aprender cosas y de echar un rayajo al final de la cuenta y decir que no salió mal del todo, que pasamos un buen rato
e hicimos lo mejor que se pudo. 

lunes, 13 de junio de 2016

Una tarde aburrida

Analizar, pensar, sopesar, volver a darle otra vuelta…y pensar, y más pensar.
Hay días así, en los que te metes en una rueda de la que no te puedes bajar, que da vueltas y vueltas sin que llegues a ninguna parte. Pero siempre aparece algo que te marca con un destello, aunque sea tenue, el camino que llevabas.
¿Por qué nos empeñamos en hacernos la vida tan complicada? A saber. Quizás porque lo tenemos ya en nuestro ADN incrustado, pero el caso es que las cosas, en la teoría, se manejan siempre de manera sencilla, como el que soluciona los problemas de la política mundial sin separarse de la barra del bar.

A veces, cuando estamos enredados en esa maraña de pensamientos en los que nos dejamos arrastras por la presión, el agobio de las obligaciones, el estrés... todo eso no nos deja ver lo verdaderamente importante. ¿Y qué es? Para cada uno, lo que sea importante…para mí, que estamos aquí dos días contados y que no merece la pena malgastarlos en la mayoría de las cosas en lo que lo hacemos a diario. Que vivimos una vida impuesta, en muchas ocasiones, y no por los de afuera, sino por nosotros mismo, por nuestras barreras mentales. 
Yo me paso el día de pelea con ellas y conmigo mismo desde que decidí coger un avión que aumentase mis inseguridades en mi rutina. Me enredo, me enredo y me dejo arrastrar por la corriente de agobios, de estrés, de obligaciones, y entre medias me pierdo los ratos que tengo para vivir. Malgasto mis días pensando en que venga el día siguiente, o el fin de semana, o las vacaciones, y no me doy cuenta de que el tiempo hasta que eso llega, lo sufro, no lo vivo. Y soy consciente de ello, pero el peso de las cosas me desborda, y me cuesta salir arriba, a tomar aire, porque me vuelvo a meter en la marea de cosas, y no veo que, al final, nado en círculos.
Me fijo en los niños y para ellos, la marea en la que yo nado, es un parque acuático, un mar de oportunidades, de aventuras, de reducir la vida a lo más simple para disfrutarla a tope, y me quedo embobado mirando, y me digo lo tonto que soy.
Porque mañana ya no estamos. De repente un día no estaremos, y solo quedaremos en fotos, y pensaremos en lo tontos que hemos sido, en la cantidad de cosas que hubiésemos hecho diferentes de haber sabido que la vida son dos días, y que es absurdo vivir para sufrir, para amargarnos. Que ya se encargarán otros de hacernos nuestra rutina insufrible y, en el fondo, la mayoría de nosotros, yo mismo, no sabemos ni lo que es pasarlo realmente mal.
Con el nuevo horizonte de la edad, me queda un montón por aprender. El día que sepa disfrutar de un simple rato sentado en un banco, de un café, de una tarde “aburrida” con lluvia fuera…quizás ese día me habré dado cuenta a tiempo de lo cerca que lo tenía. O quizás, sea tarde para haberlo sabido.
Lo que tengo claro es que no me gustaría tener esa sensación de arrepentimiento y estupidez de mí mismo, al verme a lo largo de los años y pensar que debía haber sido de otra manera.
En los momentos complicados dicen que salen las verdaderas emociones. Yo no paso realmente por ninguno de ellos; otros cercanos sí, y quiero que el enredo diario en el que me veo envuelto, me deje decirles a todos que, aunque no estoy a su lado, estoy con ellos, y que lo que más me gustaría sería pasar una tarde aburrida en un sofá, simplemente por el hecho de poder disfrutarla. Tengo que aprender cómo salir del enredo para dedicarme a las cosas importantes. Espero que no me quiten el sofá. 

viernes, 1 de enero de 2016

Refugiados y expatriados

De camino a casa, me apareció este pensamiento...



Mientras viajo de camino a España en mis vacaciones de mi trabajo encontrado fuera, en la "comodidad" del avión, leo en el periódico nuevas cosas (menos cada vez) sobre la llegada de refugiados a las costas griegas, con una foto tan impactante como la del niño tendido en una de las playas griegas o turcas; un padre, casi cubierto por el agua, sostiene en un brazo a un bebé y en el otro a su otro hijo, tratando de subirlos a un bote de rescate...yo miro a los míos, sentados en sus butacas del avión mientras ven el el portátil una película de dibujos y pienso que no sé de qué me quejo tanto por haber tenido que irme fuera de España a buscarnos la vida. Nada como una dosis de buena realidad, para que nos pongan en nuestro sitio...

Yo soy tan normal como tú... y tenía mi vida

No puedo alcanzar a comprender el grado de desesperación que esas familias deben sentir para arriesgarse de esa manera...ellos y sus familias.
La mitad de los fallecidos en las costas, son niños...un dato así le deja a uno helado. 
La foto del pequeño tendido en la playa y, posteriormente, recogido por un miembro de salvamento marítimo dio la vuelta al mundo. Para mí, fue todo un shock al verla...creo que está cargada de tanta tragedia q podrían habérsela ahorrado muchos medios q querían buscar más el sensacionalismo y la venta de ejemplares q dar una noticia.

Detrás de esa foto hay historias tremendamente trágicas, de guerras basadas en intereses de países situados a miles de Kms de allí, con bombas lanzadas desde cómodos sofás por gente con las manos "limpias" y conciencias tranquilas (nada más lejos). Guerras donde los daños colaterales tienen la edad de mis hijos y madres como la de ellos, q darían (y finalmente acaban dando, aunque sin éxito) su vida por un mundo mejor para sus hijos. 

Ahora lo tapamos todo con las Navidades, las cenas y comidas de trabajo (el que lo tenga), las reuniones (el que pueda reunirse con los suyos) y los regalos, muchos innecesarios...esta realidad tan bruta, que solo sabe de extremos, ha aniquilado la capacidad de asimilación del personal, la mirada crítica, a base de repetirnos tragedia diaria en los medios. De tanto y tan a diario, preferimos mirar para otro lado, hacernos los sordos y ciegos, como cuando vemos a un mendigo en la calle q se dirige a nosotros...no miramos para tener nuestra conciencia tranquila, para no reprocharnos en ese momento, que somos culpables en cierta medida de todo lo q nos rodea. Yo soy uno más. 
Miro a los niños y me vuelve el recuerdo de ese padre desesperado tratando se sacar a sus hijos de esa desesperación.

Es abrumador pensar que uno solo no consigue cambiar un engranaje que devasta a esa velocidad...pensamos q con "democracia", como en estas recientes elecciones, el cambio es posible, que mi voto moverá las piezas en otro sentido...pero lamentablemente, no es así. Lobbies y empresas rigen los intereses, los gobiernos y las personas y no saben de familias emigradas ni de padres refugiados ahogándose en el mar...y cada año, por Navidad, debería uno manejar un poquito más de energía positiva, algo más de esperanza...pero, es tan difícil!

Desde hace tiempo, el coste de la felicidad o la alegría, es muy alto. Cada vez para más...en lo pequeño se encuentra lo más grande, pero no somos capaces de verlo. Eso no lo venden en los grandes almacenes.


Seguiremos intentándolo un año más.