viernes, 2 de septiembre de 2016

Fácil parece

Hoy me ha ocurrido una cosa en el trabajo que me ha hecho reflexionar en el mismo momento en el que la vivía porque viene a colación con la actualidad de España, esa nación que muchos tratan de describir y pocos lo consiguen...

¿Por qué no?

Estábamos en una reunión, en este caso "jugando fuera de casa" ya que no era en nuestras oficinas, dirimiendo de qué manera íbamos a llegar a un acuerdo económico después de una relación laboral la mar de tortuosa en nuestro anterior proyecto. La empresa en cuestión es referencia en su país dentro del sector que desarrolla. Son, como dicen aquí, el Mercedes del sector en cuestión. 

A la mesa nos sentábamos 3 personas de cada compañía y todos nosotros nos sentíamos en plena posesión de la verdad absoluta. En nuestro caso, al ser la parte contratante, que es al final la que mayor presión y responsabilidad recibe por otro lado, jugábamos nuestras cartas en ese aspecto, sabedores de que, a pesar de la teórica ventaja, iba a ser complicada la negociación. 

La reunión ha durado casi cuatro horas, con una pequeña pausa para llamarnos perro judío entre bromas...la hipocresía que no falte, claro. He podido "deleitar" un café de calcetín aguado, sin azúcar y tirando a templado que ha hecho que el regusto de revivir todas las atrocidades experimentadas con esa empresa durante el proyecto, quedase aún más marcado. 

Durante el proceso, hemos esgrimido cada uno nuestras cifras, números, etc. con cuidado de no dar pasos en falso para que el otro no se nos echara encima al menor descuido. Un fallo con el lenguaje o los números, implica esa ventaja al otro, el huequecito que necesita, para tirar todo por tierra

Yo no he preparado nada de la reunión, ya que el peso recaía sobre mis dos compañeros, que son los que han heredado la otra parte menos agradable del trabajo, que es cerrar el contrato con una empresa tras el fin de la relación laboral. En mi caso, mi presencia estaba justificada para ejercer un equilibrio entre los presentes y argumentar en determinados momentos, el devenir técnico del proceso. Baste decir que uno de los puntos de la discusión ha caído de nuestro lado tirando de memoria de lo ocurrido. 

El caso es que, tras esas casi cuatro horas, ha habido que llegar al tan temido acuerdo para evitar las demandas, los juicios, los procesos largos y tediosos con los abogados, etc. Ambas partes estábamos de acuerdo en que, de allí, algo en claro tenía que salir antes de llegar a ese extremo. 

Al final, no sin mucho pelear el debate, hemos acordado resumir determinados puntos en una cesión de argumentos que nos han hecho medio entendernos, salvando el mal mayor que serían las demandas. Ha habido que ceder por ambas partes para que el tiempo invertido haya valido la pena. 

En ese momento me he acordado del juego al que nos tienen acostumbrados nuestros políticos y me ha dado mucha pena. 

Algo así, como lo que me ha pasado a mí hoy, se podría perfectamente extrapolar porque, aunque hablemos de una empresa, de cantidades menores de dinero y de intereses particulares, en el fondo, había algo que no hay entre nuestros políticos:voluntad para el acuerdo, cediendo y manteniéndose firme. 

Hoy he aprendido algo bueno y algo malo. 

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