viernes, 16 de octubre de 2015

Segundas partes nunca fueron buenas.


Segunda parte del experimento del otro día. 


Cabe aclarar que se trata de, precisamente, éso; un experimento y que, sobre todo y, ante todo, se trata de ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia... o no. El personaje está basado en la pura improvisación que, a su vez, se basa en recuerdos propios y ajenos y en vivencias acumuladas y extraídas, en muchos casos, fuera de mi persona.


Los comentarios recibidos creo que se han debido a mi información sesgada y poco clara. La prueba está más orientada al funcionamiento del blog que al funcionamiento personal (y económico) de mi vida. Si se diera el caso, bienvenido sea. Pero, el realismo nos debe limitar las ganas de ver el mundo happy. 

Este segundo corte será, seguramente, el último que copie aquí, hasta ver cómo evoluciono. Mientras, habrá posts nuevos con pensamientos, como siempre, de baja calidad (sigue leyendo).

Pequeño en lo inmenso


"[...]El hecho de mencionar a la gente que te has quedado en el paro en mitad de una crisis global pero que, debido a los Gobiernos que han tomado decisiones ajenas a tu conocimiento y aprobación (de ahí lo de “democracia” que antes mencionaba), azota a tu país con especial fuerza, debe ser que no despierta un mínimo de sensibilidad, y ni muchos menos, empatía, en ese tonto del culo que te suelta lo de “búscate un trabajo de verdad…”, como si los casi seis millones que me acompañan en la lista de desempleados estuvieran aburridos de descartar ofertas de empleo a diario. Te lo dice uno que vive a todo trapo porque la ayuda divina, familiar y lo de especular con los pisos en el momento del boom inmobiliario, le hace vivir por encima del bien y del mal. Eso que dicen algunos de estar en otra Liga.

Pero, bueno, contextualizado medianamente el momento en el que me encuentro, intento ahora ordenar un poco todo este proceso que me ha llevado a este punto de incertidumbre y miedo escénico a no saber para dónde tirar y si lo que he decidido me va a llevar a buen puerto o a ser tan mítico como el Titanic en ese querido círculo afectivo del que hablaba.   

Empezaremos diciendo que, los años de colegio e instituto fueron, vistos con la perspectiva del tiempo vivido y comparados con el momento actual, buenos. Y más para mi generación; la del Naranjito del Mundial 82, esa que ha visto, hasta ahora, dos Reyes, tres Papas, la peseta y el cambio al timo de la estampita, también conocido como Euro, incluso llegó a saber qué era el ECU, la de Dartacán y los tres Mosqueperros, el Coche Fantástico, las dos horas de digestión para poder bañarte, la del cómo vaya yo y lo encuentre, la EGB y tantas otras cosas que han marcado a los que andamos por los cuarenta sin temor a entrar en esa otra crisis; la de la edad y el pelo que sea cae.

Como digo, buenos años, pegándole patadas al balón, abusando de uno por estar gordo, riéndose del otro por tener granos, del empollón… por ser empollón, de hacer viajes en un SEAT 131 seis personas sin cinturón ni silla de seguridad ni aire acondicionado, y no pasar ni media, de empezar a conocer las obligaciones más serias en el instituto y, más tarde, con la Selectividad (ahora, modernamente llamada, Reválida) porque nos habíamos tragado el cuento de que estudiando y sacándote una carrera serías una persona de provecho y con un futuro asegurado.

Menciono todo esto porque, los que hemos vivido todas esas cosas y hemos crecido con todas ellas, tenemos, pasados los años, un ADN común que te hace empatizar instantáneamente con otro de tu especie cuando sale a colación cualquier tema de entonces o cualquier situación actual, como el paro de un universitario, que ha llevado una vida paralela a la tuya (él también tuvo que hacer dos horas de digestión, seguro).

Esa es la estafa tras la estafa. Ahí es donde nuestra generación picó el anzuelo y se la comió doblada. Mientras te dejabas las cejas en los estudios porque era la mejor manera de acceder con garantías al mercado de trabajo, había unos tipos que nos estaban preparando el escenario para la tragicomedia que ahora representamos y que nos vomitan a diario en los medios. Y la gran mayoría anda de rositas mientras los pringados nos comemos las consecuencias de todo lo sustraído..
¡A saber el nombre que nos otorgarán los puretas de ahora y los futuros! A esos que les encanta poner nombres originales a las vidas de otros, para meter a todo Dios en el mismo saco y colgarse la medalla de la ocurrencia (generación X, JASP, generación Ni-Ni, generación perdida…).
Me identifico completamente con todos los que tienen ese sentimiento de frustración y que, en ocasiones, se ven obligados a  responder con las frases por lo menos tienes trabajo, o bien, por lo menos tienes trabajo “de lo tuyo”, que es todavía más hiriente. Es como si tienes entradas de primera fila, que te han costado  un huevo, y anulan el partido. Todos a casa, aquí no hay nada que ver, no me formen corrillos…

Somos, además, esa generación que ha saboreado, en algunos casos, ligera y brevemente, eso que algunos (quizás los mismos gilipollas que ponen nombre a las generaciones de jóvenes) denominan el estado del bienestar, que es lo que todo el mundo entiende por vivir de puta madre, para, rápidamente, acusarnos de haber vivido por encima de nuestras posibilidades, los mismos que han vivido por encima de las “nuestras” posibilidades, por cierto.

Ese estado del bienestar antes mencionado se puede identificar a través de muchos y diversos ejemplos, casi todos asimilados a través de las cosas materiales, con las que poder aparentar es nivelaco de vida adquirido, ya sea con tecnología, con pantallas de televisión cuando más grandes mejor, coches, hipotecas con sorpresa para vacaciones en lugares remotos (para colgarlas en Facebook y presumir en público)… todo valía porque todo era posible. Verdaderos analfabetos que se levantaban (o eso decían) 8.000 € al mes (algunos, muchos más. Pero para mí, ya son mucho) construyendo sin parar todas las futuras casas vacías de España, y que tuvieron que entregar más tarde, el chalecito con la piscina, también vacía, al banco, para volver a la casa del pueblo, de donde se había ido en un BMW con la música a tope y ahora llegaban en el autobús de línea. Esos que especularon con el fututo de muchas generaciones, con el trabajo de muchos años de todos aquellos que quisieron sacarle un poco más a sus ahorros, y se encontraron con sellos que no valían nada, con inversiones fraudulentas y con ese trabajo y esos ahorros de tantos madrugones evaporados por las ganas de más de unos pocos.

Ese 1% de la población mundial que, hoy día, tienen lo mismo que el otro 99% restante. Enfrente, esa generación del estado del bienestar de papel cartón, de humo, que es lo que nos vendieron. Asumámoslo; el mundo se está yendo a tomar por saco y nosotros estamos dentro.

Entre tanto. nos hemos topado con la otra generación, que es la que nos ha tenido que volver a acoger en su seno, y que, en ocasiones, no recuerdan, con muchas más frecuencia de la que nos gustaría, que no tenemos de qué quejarnos, que no tenemos ni puñetera idea de lo que es pasar necesidad, que, en mis tiempos, comías una patata o pan con aceite, si tenías la suerte de que lo había… incluso con la anterior a ellos, que es la que mantiene a las otras dos (esos abuelos que estiran como el chicle sus pensiones).

Es una verdadera involución social Express. Hemos conseguido retroceder en el tiempo mil veces mejor que  con el Delorean de Michael J. Fox. Y nos toca quedarnos ahí, lamentándonos y deseando que todo esto sea un mal sueño, como el de Resines en Los Serrano,  y que, realmente, despertemos en otra realidad.

Y, en esa realidad, se me ocurre a mí escribir.

Después de los gilipollas de los nombre de las generaciones de jóvenes, llamémosle GILIS (Gilipollas- Listillos), están los que escriben en periódicos de grandes tiradas dominados por Lobbies de otro tiempo, que las épocas de crisis han dado a la humanidad, históricamente, personajes que han aportado a nuestra civilización grandes avances o grandes descubrimientos (sin mencionar nunca un ejemplo porque, verdaderamente: ¿hemos dejado alguna vez de estar en crisis?). Esos que siempre te dicen que, de la necesidad, surge la idea que cambiará el mundo. Y, a mí, personalmente, y como verdadero mindundi del día a día, no me queda más remedio que cagarme en sus muelas una y mil veces por ser tan capullos para decir semejantes pendejadas. En la cola del paro, en lugar de Sudokus, la gente intenta resolver álgebra avanzado o encontrar la vacuna a todas las enfermedades…aunque, pensándolo bien, es en la cola del paro donde están los mejor preparados profesionalmente para semejantes logros… ¡todavía van a tener razón estos capullos!

Yo no soy listo. He de reconocerlo. Del montón, ramplón. De los que pasa desapercibido, de los que no asume riesgos, de los que no descubrirá esa vacuna porque piensa que ya están los otros, con la motivación, ganas y coraje suficiente para tomar una decisión importante en su vida, y capaces de vencer el miedo al estatismo, asumiendo el riesgo de la posible hostia que se puedan dar al salirles todo el plan torcido. Ese no soy yo. Supongo que, por eso, me da por escribir. 

martes, 13 de octubre de 2015

Un, dos, tres... probando

Felices ideas que le pasan a uno por la cabeza...Vamos a probar a ver qué pasa, a ver si hay señal al otro lado. De salir fallido el experimento (con una previsión alta de que así suceda), probaremos otras alternativas, como la publicidad facilona de consumo y sexismo...o no.

Vamos a ir probando en pequeñas dosis. Empezamos, por ser originales, por el principio de todo... la introducción a la idea (muy original, como puede verse). Dejaremos que se vaya cocinando a fuego lento, y probamos qué pasa...





Capítulo 1. De cómo partir de una idea de mierda.




Es una verdadera mierda, por mucho que me empeñe en querer que parezca otra cosa. Realmente no tengo ni idea ni del cómo ni del camino a seguir, pero, al menos, me voy a dar el gusto de intentarlo, que para quedarme apoltronado en el sofá, ya tendré tiempo.

Esta clase de pensamientos son los que me rondan durante meses la cabeza. Entras en bucle y no sales de ahí ni a tiros. No avanzas. Entras en una rotonda y no coges ninguna salida. Solo haces el capullo. Esa es mi tarea en estos últimos días.

Y todo provocado por algo tan simple como quedarte en la calle en el peor momento de la historia económica de España desde que tenemos eso que llaman democracia. Me recuerda a cuando te ponen esa mano fría en la espalda por debajo de la camiseta, y te dan ganas de cagarte en los muertos de alguno, pero cuando te das la vuelta y ves quién es, te tienes que callar y poner cara de que la gracia ha sido cojonuda.

Esa cara de gilipollas es la que se me quedó cuando me dijeron que, después de 12 años en la empresa, me quedaba fuera. No te lo esperas, disimulas tu cara de sorpresa y pones una sonrisa como de “pero, ¿qué me estás contando, pedazo de …?”. ¿Cómo me vas a poner a mí en la calle con la cantidad de inútiles que tienes para despedir? Explícame entonces por qué te has fijado en mí que, a pesar de estar hasta las narices de echar horas gratis para ti, de currar cuando no toca, de quitarme tiempo de mi vida, y pringar como un gili, resulta que me he convertido en tu candidato”. Todo eso dice tu sonrisa pero, como el que te lo dice es el jefe que te lleva acongojando, por decirlo elegante, durante años, te callas e intentas aparentar que encajas con entereza un momento así.  

Algo tan teóricamente banal y simple, como que una relación laboral se acaba, se convierte entonces para mí en el principio del fin del tipo de vida que había conocido hasta el momento. Y una de las consecuencias que ha hecho que me vea en el punto en el que me encuentro ahora. De ahí que haya llegado a la conclusión de que esta idea es descabellada, la cojas por donde la cojas, pero ese punto de anómalo, por denominarlo de algún modo, me atrae, así es que, sigo, sin tener ni idea, pero sigo. ¿Que de qué estoy hablando? Pues de hacerme escritor, porque yo lo valgo. De escribir, por el mero hecho de que me gusta, sin tener ni idea ni de cómo ni sobre qué hacerlo y, lo peor, querer hacer de ello mi modo de sustento económico.

Partimos de la base de que la crisis en España, que será como el Naranjito (ese icono español que acompaña a muchas generaciones y que hace a su vez, que muchos niños miren a sus padres con cara de ¿de qué me hablas?), no va a ser algo que vaya a durar poco tiempo, que ha provocado que mucha gente viva situaciones de necesidad inimaginables años atrás y que provoca aún un estado de desánimo y hartura en la gente, que como para coger un libro y más de un mindundi como yo, al que no conoce nadie. Para colmo, se supone que hay que desarrollar un estilo, llamar la atención de alguien, tener recursos para la escritura, seguir una serie de pautas (que no conozco), mínima cultura general, desarrollar todo el proceso como un edificio, paso a paso y partiendo de lo básico para alcanzar el concepto global… En fin, que se le quitan las ganas a uno de empezar a hacer nada con tanto ritual. Y, luego, si tienes lo que hay que tener para terminarlo, encuentra a alguien que lo quiera publicar. Y, después, encuentra a alguien que, una vez publicado, lo quiera leer. Es más fácil aprender chino cantonés, me parece a mí.

Para más INRI, no sé explicar nada sin hacer un dibujo o un símil con una situación cómica o surrealista, lo cual dice poco de mí. Lo del dibujito me viene de pequeñito. Me costó empezar a hablar y se me daba mejor escribir (ahora que lo pienso, siempre he estado un poco limitado intelectualmente). Esto hace que no sepas ni indicar una calle sin que te de el ataque de ansiedad al no poder dibujarlo en una servilleta por no tener un boli a mano. Y lo de los símiles, por la simpleza de mi mente al necesitar poner situaciones anormales en contextos más jocosos, para asumir mi incapacidad de encajar las cosas que no tengo planeadas.

Sumémosle a toda esta ecuación el hecho de que, si tomas una decisión como esta, el mensaje que transmites a gran parte de tu entorno, ya sea familiar o de amigos, es el de “ªéste se ha vuelto gilipollas”. Risoterapia gratis a mi costa por semejante idea y frases como “deja de decir idioteces y búscate un trabajo de verdad. A mí también me gustaría vivir del cuento, pero me jodo y me toca madrugar”. Y, en ese momento, te das cuenta de que no eres el único que dice gilipolleces. Porque, reconozcámoslo, todos tenemos un tonto del culo muy cerca de nosotros...