Felices ideas que le pasan a uno por la cabeza...Vamos a probar a ver qué pasa, a ver si hay señal al otro lado. De salir fallido el experimento (con una previsión alta de que así suceda), probaremos otras alternativas, como la publicidad facilona de consumo y sexismo...o no.
Vamos a ir probando en pequeñas dosis. Empezamos, por ser originales, por el principio de todo... la introducción a la idea (muy original, como puede verse). Dejaremos que se vaya cocinando a fuego lento, y probamos qué pasa...
Capítulo 1. De cómo partir de una idea de mierda.
Es una verdadera mierda, por mucho que me empeñe en
querer que parezca otra cosa. Realmente no tengo ni idea ni del cómo ni del
camino a seguir, pero, al menos, me voy a dar el gusto de intentarlo, que para
quedarme apoltronado en el sofá, ya tendré tiempo.
Esta clase de pensamientos son los que me rondan
durante meses la
cabeza. Entras en bucle y no sales de ahí ni a tiros. No
avanzas. Entras en una rotonda y no coges ninguna salida. Solo haces el capullo.
Esa es mi tarea en estos últimos días.
Y todo provocado por algo tan simple como quedarte en
la calle en el peor momento de la historia económica de España desde que
tenemos eso que llaman democracia. Me recuerda a cuando te ponen esa mano fría
en la espalda por debajo de la camiseta, y te dan ganas de cagarte en los
muertos de alguno, pero cuando te das la vuelta y ves quién es, te tienes que
callar y poner cara de que la gracia ha sido cojonuda.
Esa cara de gilipollas es la que se me quedó cuando
me dijeron que, después de 12 años en la empresa, me quedaba fuera. No te lo
esperas, disimulas tu cara de sorpresa y pones una sonrisa como de “pero, ¿qué
me estás contando, pedazo de …?”. ¿Cómo me vas a poner a mí en la calle con la
cantidad de inútiles que tienes para despedir? Explícame entonces por qué te
has fijado en mí que, a pesar de estar hasta las narices de echar horas gratis
para ti, de currar cuando no toca, de quitarme tiempo de mi vida, y pringar
como un gili, resulta que me he convertido en tu candidato”. Todo eso dice tu
sonrisa pero, como el que te lo dice es el jefe que te lleva acongojando, por
decirlo elegante, durante años, te callas e intentas aparentar que encajas con
entereza un momento así.
Algo tan teóricamente banal y simple, como que una
relación laboral se acaba, se convierte entonces para mí en el principio del
fin del tipo de vida que había conocido hasta el momento. Y una de las
consecuencias que ha hecho que me vea en el punto en el que me encuentro ahora.
De ahí que haya llegado a la conclusión de que esta idea es descabellada, la
cojas por donde la cojas, pero ese punto de anómalo, por denominarlo de algún
modo, me atrae, así es que, sigo, sin tener ni idea, pero sigo. ¿Que de qué
estoy hablando? Pues de hacerme escritor, porque yo lo valgo. De escribir, por
el mero hecho de que me gusta, sin tener ni idea ni de cómo ni sobre qué
hacerlo y, lo peor, querer hacer de ello mi modo de sustento económico.
Partimos de la base de que la crisis en España, que
será como el Naranjito (ese icono español que acompaña a muchas generaciones y
que hace a su vez, que muchos niños miren a sus padres con cara de ¿de qué me hablas?), no va a ser algo
que vaya a durar poco tiempo, que ha provocado que mucha gente viva situaciones
de necesidad inimaginables años atrás y que provoca aún un estado de desánimo y
hartura en la gente, que como para coger un libro y más de un mindundi como yo,
al que no conoce nadie. Para colmo, se supone que hay que desarrollar un
estilo, llamar la atención de alguien, tener recursos para la escritura, seguir
una serie de pautas (que no conozco), mínima cultura general, desarrollar todo
el proceso como un edificio, paso a paso y partiendo de lo básico para alcanzar
el concepto global… En fin, que se le quitan las ganas a uno de empezar a hacer
nada con tanto ritual. Y, luego, si tienes lo que hay que tener para
terminarlo, encuentra a alguien que lo quiera publicar. Y, después, encuentra a
alguien que, una vez publicado, lo quiera leer. Es más fácil aprender chino
cantonés, me parece a mí.
Para más INRI, no sé explicar nada sin hacer un dibujo
o un símil con una situación cómica o surrealista, lo cual dice poco de mí. Lo
del dibujito me viene de pequeñito. Me costó empezar a hablar y se me daba
mejor escribir (ahora que lo pienso, siempre he estado un poco limitado intelectualmente).
Esto hace que no sepas ni indicar una calle sin que te de el ataque de ansiedad
al no poder dibujarlo en una servilleta por no tener un boli a mano. Y lo de
los símiles, por la simpleza de mi mente al necesitar poner situaciones
anormales en contextos más jocosos, para asumir mi incapacidad de encajar las
cosas que no tengo planeadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario