martes, 13 de octubre de 2015

Un, dos, tres... probando

Felices ideas que le pasan a uno por la cabeza...Vamos a probar a ver qué pasa, a ver si hay señal al otro lado. De salir fallido el experimento (con una previsión alta de que así suceda), probaremos otras alternativas, como la publicidad facilona de consumo y sexismo...o no.

Vamos a ir probando en pequeñas dosis. Empezamos, por ser originales, por el principio de todo... la introducción a la idea (muy original, como puede verse). Dejaremos que se vaya cocinando a fuego lento, y probamos qué pasa...





Capítulo 1. De cómo partir de una idea de mierda.




Es una verdadera mierda, por mucho que me empeñe en querer que parezca otra cosa. Realmente no tengo ni idea ni del cómo ni del camino a seguir, pero, al menos, me voy a dar el gusto de intentarlo, que para quedarme apoltronado en el sofá, ya tendré tiempo.

Esta clase de pensamientos son los que me rondan durante meses la cabeza. Entras en bucle y no sales de ahí ni a tiros. No avanzas. Entras en una rotonda y no coges ninguna salida. Solo haces el capullo. Esa es mi tarea en estos últimos días.

Y todo provocado por algo tan simple como quedarte en la calle en el peor momento de la historia económica de España desde que tenemos eso que llaman democracia. Me recuerda a cuando te ponen esa mano fría en la espalda por debajo de la camiseta, y te dan ganas de cagarte en los muertos de alguno, pero cuando te das la vuelta y ves quién es, te tienes que callar y poner cara de que la gracia ha sido cojonuda.

Esa cara de gilipollas es la que se me quedó cuando me dijeron que, después de 12 años en la empresa, me quedaba fuera. No te lo esperas, disimulas tu cara de sorpresa y pones una sonrisa como de “pero, ¿qué me estás contando, pedazo de …?”. ¿Cómo me vas a poner a mí en la calle con la cantidad de inútiles que tienes para despedir? Explícame entonces por qué te has fijado en mí que, a pesar de estar hasta las narices de echar horas gratis para ti, de currar cuando no toca, de quitarme tiempo de mi vida, y pringar como un gili, resulta que me he convertido en tu candidato”. Todo eso dice tu sonrisa pero, como el que te lo dice es el jefe que te lleva acongojando, por decirlo elegante, durante años, te callas e intentas aparentar que encajas con entereza un momento así.  

Algo tan teóricamente banal y simple, como que una relación laboral se acaba, se convierte entonces para mí en el principio del fin del tipo de vida que había conocido hasta el momento. Y una de las consecuencias que ha hecho que me vea en el punto en el que me encuentro ahora. De ahí que haya llegado a la conclusión de que esta idea es descabellada, la cojas por donde la cojas, pero ese punto de anómalo, por denominarlo de algún modo, me atrae, así es que, sigo, sin tener ni idea, pero sigo. ¿Que de qué estoy hablando? Pues de hacerme escritor, porque yo lo valgo. De escribir, por el mero hecho de que me gusta, sin tener ni idea ni de cómo ni sobre qué hacerlo y, lo peor, querer hacer de ello mi modo de sustento económico.

Partimos de la base de que la crisis en España, que será como el Naranjito (ese icono español que acompaña a muchas generaciones y que hace a su vez, que muchos niños miren a sus padres con cara de ¿de qué me hablas?), no va a ser algo que vaya a durar poco tiempo, que ha provocado que mucha gente viva situaciones de necesidad inimaginables años atrás y que provoca aún un estado de desánimo y hartura en la gente, que como para coger un libro y más de un mindundi como yo, al que no conoce nadie. Para colmo, se supone que hay que desarrollar un estilo, llamar la atención de alguien, tener recursos para la escritura, seguir una serie de pautas (que no conozco), mínima cultura general, desarrollar todo el proceso como un edificio, paso a paso y partiendo de lo básico para alcanzar el concepto global… En fin, que se le quitan las ganas a uno de empezar a hacer nada con tanto ritual. Y, luego, si tienes lo que hay que tener para terminarlo, encuentra a alguien que lo quiera publicar. Y, después, encuentra a alguien que, una vez publicado, lo quiera leer. Es más fácil aprender chino cantonés, me parece a mí.

Para más INRI, no sé explicar nada sin hacer un dibujo o un símil con una situación cómica o surrealista, lo cual dice poco de mí. Lo del dibujito me viene de pequeñito. Me costó empezar a hablar y se me daba mejor escribir (ahora que lo pienso, siempre he estado un poco limitado intelectualmente). Esto hace que no sepas ni indicar una calle sin que te de el ataque de ansiedad al no poder dibujarlo en una servilleta por no tener un boli a mano. Y lo de los símiles, por la simpleza de mi mente al necesitar poner situaciones anormales en contextos más jocosos, para asumir mi incapacidad de encajar las cosas que no tengo planeadas.

Sumémosle a toda esta ecuación el hecho de que, si tomas una decisión como esta, el mensaje que transmites a gran parte de tu entorno, ya sea familiar o de amigos, es el de “ªéste se ha vuelto gilipollas”. Risoterapia gratis a mi costa por semejante idea y frases como “deja de decir idioteces y búscate un trabajo de verdad. A mí también me gustaría vivir del cuento, pero me jodo y me toca madrugar”. Y, en ese momento, te das cuenta de que no eres el único que dice gilipolleces. Porque, reconozcámoslo, todos tenemos un tonto del culo muy cerca de nosotros...

No hay comentarios: