Diseñado para tu neceisidad |
Viendo el catálogo de IKEA, una
de las cosas que percibo en cada una de las páginas que ofrecen, es una
sensación de irrealidad, de engaño permanente. Creo que los publicistas y
encargados del marketing consiguen con ese catálogo exactamente lo que quieren;
despertar en el cliente que esa irrealidad que ellos muestran en cada foto, en
cada ambiente mostrado, es exactamente lo que ellos necesitan, lo que nosotros
queremos y anhelamos. Yo mismo me descubro pensando en cómo quedará esa lámpara
o ese mueble que veo en la realidad de mi cocina o mi salón, deformando esa
realidad hasta hacerla coincidir con la de la foto para convencerme de que ése,
y no otro, es el producto que encaja con mi necesidad y que IKEA lo ha vuelto a
conseguir. Ha puesto, con muy poco, al alcance de mi mano ese poquito de
felicidad y confort que me hacía falta, aún sin yo saberlo ni realmente
necesitarlo.
Correr la cortina y ver la
trastienda de todo eso es perjudicial para cada uno de nosotros. Nos interesa
vivir ajenos a todo lo que queda detrás de las páginas del catálogo y que
encierra un gigante mundial como esta empresa, de la que encuentras una tienda
en cualquier ciudad de Europa y América donde el interés particular haya
vencido al interés general de esa población.
Impresionantes superficies
comerciales se abren paso generalmente a las afueras de estas ciudades (¿una
manera de asegurarse una necesidad de transporte de sus objetos?) al amparo en
muchos casos de acuerdos urbanísticos poco claros. Detrás de esas puertas se
esconden las condiciones salariales de aquellos que hacen que el imperio se
mantenga (de que prospere ya nos encargamos los clientes), la procedencia poco
clara de sus materias primas, lo que ha sido necesario para conseguirlas (una
producción a esa escala debe provocar una gran demanda de madera a nivel
mundial. Desde la más absoluta ignorancia, ya que no he indagado demasiado en
ello, pienso que la madera necesaria deja superficies taladas en algún lado y
que la desertización, si no hay una repoblación efectiva de lo talado, avanzará
tranquilamente. Si, además, esos focos de materia prima están en zonas
protegidas o con valor natural a proteger, ¿respeta IKEA esos principios?) y
los acuerdos comerciales poco claros que permiten una actividad entregada
plenamente al capitalismo/ consumismo del que todos formamos parte. Un
mecanismos que, en última instancia, alimentamos con nuestras supuestas
necesidades a partir de un catálogo generadas.
Esa falta de contacto con la
realidad de una actividad comercial, me pregunto si será extrapolable a la
falta de contacto de la clase política con sus ciudadanos. Entiendo que, en
ambos casos, el objeto común, el consumidor, también llamado pueblo soberano
para que nos suene mejor, es tratado como un simple objeto dentro de un engranaje
que responde a un fin mayor. De ese consumidor se espera nada más que ejerza su
“libertad” condicionada (llámese catálogo o llámese promesa electoral) para que
el engranaje siga funcionando, manteniéndole siempre alejado de la trastienda
que esconde los entresijos de ese mecanismo, en ambos casos, llamado
capitalismo. Formamos parte de él, queramos o no, y nos contradecimos
constantemente entre nuestras acciones y principios. Exigimos que los políticos
tomen contacto con la realidad de nuestras necesidades para que, con nuestro
dinero, respondan a un teórico interés común de la sociedad, mientras nosotros
compramos tecnología, ropa y otros objetos, cuyo origen es equivalente, en
muchos casos, a esclavitud, condiciones laborales más que deleznables, acuerdos
comerciales más que dudosos, y personas perjudicadas en aras de un producto
final, casi siempre muy por encima de las necesidades de muchos. Nosotros
miramos para otro lado mientras compramos todas esas cosas, y, en muchos casos,
aplaudimos y escribimos páginas de alabanza en los periódicos, sobre aquellos
que han basado su imperio en todos esos inhumanos aspectos antes mencionados.
Creamos figuras a las que subimos a altares y, si tienen nacionalidad que nos
interese, encima presumimos de ellas porque son “paisanos” hechos a sí mismo a
base de esfuerzo y otros cuentos chinos.
Somos una contradicción con cada
decisión que tomamos. Basta con mirar nuestras casas y ver la cantidad de cosas
de las que podemos prescindir y que hemos comprado a esos imperios. Luego
exigimos a los que elegimos como representantes, independientemente de lo poco
limpios en sus actos o ideas que sean (es que
son de los míos, argumentamos), que sean honestos con sus ideas y acciones,
consecuentes en el discurso. A ese nivel es además, más que exigible. Al
nuestro, es completamente perdonable aumentar la discriminación, la
explotación, el subdesarrollo y la desigualdad. Miramos hacia otro lado y fuera.
¿Es un reflejo la clase política
de lo que nosotros mismo proyectamos a la sociedad? ¿Es quizás una comparación
muy osada e insultante para algunos? Supongo que todo es comparable siempre que
se admitan matices porque, a grandes rasgos, hay comportamientos del día a día
que se repiten también, a mayor escala
en los telediarios.
¿Hasta qué punto se puede llegar
a ser contradictorio con tus ideas y tus actos? ¿Cuál es la frontera que nos
ponemos para decir “hombre; es que eso no se puede comparar con mi caso”?
Quizás debamos definir y redefinir esos matices que hacen o no las cosas
comparables. Pero a mí siempre me da que pensar que la manipulación que
sufrimos a diario esté provocada por los mismos y hacia los mismos. Quizás de
ella aprendemos y después nos comportamos, o quizás está directamente ya basada
en nuestros propios comportamientos y adaptada para nuestras necesidades. Esa
reciprocidad es lo que da algo de miedo y nuestro borreguismo diario para
sentirnos cómodos en un mundo de locos.
2 comentarios:
El principal fallo consiste en que alguien tenga que mirar en un catálogo o ir a ver lo que hay en una tienda para saber que necesita.
El principal fallo consiste en que alguien tenga que mirar en un catálogo o ir a ver lo que hay en una tienda para saber que necesita.
Publicar un comentario