lunes, 19 de septiembre de 2016

Catalogando

Diseñado para tu neceisidad
Viendo el catálogo de IKEA, una de las cosas que percibo en cada una de las páginas que ofrecen, es una sensación de irrealidad, de engaño permanente. Creo que los publicistas y encargados del marketing consiguen con ese catálogo exactamente lo que quieren; despertar en el cliente que esa irrealidad que ellos muestran en cada foto, en cada ambiente mostrado, es exactamente lo que ellos necesitan, lo que nosotros queremos y anhelamos. Yo mismo me descubro pensando en cómo quedará esa lámpara o ese mueble que veo en la realidad de mi cocina o mi salón, deformando esa realidad hasta hacerla coincidir con la de la foto para convencerme de que ése, y no otro, es el producto que encaja con mi necesidad y que IKEA lo ha vuelto a conseguir. Ha puesto, con muy poco, al alcance de mi mano ese poquito de felicidad y confort que me hacía falta, aún sin yo saberlo ni realmente necesitarlo.

Correr la cortina y ver la trastienda de todo eso es perjudicial para cada uno de nosotros. Nos interesa vivir ajenos a todo lo que queda detrás de las páginas del catálogo y que encierra un gigante mundial como esta empresa, de la que encuentras una tienda en cualquier ciudad de Europa y América donde el interés particular haya vencido al interés general de esa población.
Impresionantes superficies comerciales se abren paso generalmente a las afueras de estas ciudades (¿una manera de asegurarse una necesidad de transporte de sus objetos?) al amparo en muchos casos de acuerdos urbanísticos poco claros. Detrás de esas puertas se esconden las condiciones salariales de aquellos que hacen que el imperio se mantenga (de que prospere ya nos encargamos los clientes), la procedencia poco clara de sus materias primas, lo que ha sido necesario para conseguirlas (una producción a esa escala debe provocar una gran demanda de madera a nivel mundial. Desde la más absoluta ignorancia, ya que no he indagado demasiado en ello, pienso que la madera necesaria deja superficies taladas en algún lado y que la desertización, si no hay una repoblación efectiva de lo talado, avanzará tranquilamente. Si, además, esos focos de materia prima están en zonas protegidas o con valor natural a proteger, ¿respeta IKEA esos principios?) y los acuerdos comerciales poco claros que permiten una actividad entregada plenamente al capitalismo/ consumismo del que todos formamos parte. Un mecanismos que, en última instancia, alimentamos con nuestras supuestas necesidades a partir de un catálogo generadas.

Esa falta de contacto con la realidad de una actividad comercial, me pregunto si será extrapolable a la falta de contacto de la clase política con sus ciudadanos. Entiendo que, en ambos casos, el objeto común, el consumidor, también llamado pueblo soberano para que nos suene mejor, es tratado como un simple objeto dentro de un engranaje que responde a un fin mayor. De ese consumidor se espera nada más que ejerza su “libertad” condicionada (llámese catálogo o llámese promesa electoral) para que el engranaje siga funcionando, manteniéndole siempre alejado de la trastienda que esconde los entresijos de ese mecanismo, en ambos casos, llamado capitalismo. Formamos parte de él, queramos o no, y nos contradecimos constantemente entre nuestras acciones y principios. Exigimos que los políticos tomen contacto con la realidad de nuestras necesidades para que, con nuestro dinero, respondan a un teórico interés común de la sociedad, mientras nosotros compramos tecnología, ropa y otros objetos, cuyo origen es equivalente, en muchos casos, a esclavitud, condiciones laborales más que deleznables, acuerdos comerciales más que dudosos, y personas perjudicadas en aras de un producto final, casi siempre muy por encima de las necesidades de muchos. Nosotros miramos para otro lado mientras compramos todas esas cosas, y, en muchos casos, aplaudimos y escribimos páginas de alabanza en los periódicos, sobre aquellos que han basado su imperio en todos esos inhumanos aspectos antes mencionados. Creamos figuras a las que subimos a altares y, si tienen nacionalidad que nos interese, encima presumimos de ellas porque son “paisanos” hechos a sí mismo a base de esfuerzo y otros cuentos chinos.

Somos una contradicción con cada decisión que tomamos. Basta con mirar nuestras casas y ver la cantidad de cosas de las que podemos prescindir y que hemos comprado a esos imperios. Luego exigimos a los que elegimos como representantes, independientemente de lo poco limpios en sus actos o ideas que sean (es que son de los míos, argumentamos), que sean honestos con sus ideas y acciones, consecuentes en el discurso. A ese nivel es además, más que exigible. Al nuestro, es completamente perdonable aumentar la discriminación, la explotación, el subdesarrollo y la desigualdad. Miramos hacia otro lado y fuera.

¿Es un reflejo la clase política de lo que nosotros mismo proyectamos a la sociedad? ¿Es quizás una comparación muy osada e insultante para algunos? Supongo que todo es comparable siempre que se admitan matices porque, a grandes rasgos, hay comportamientos del día a día que  se repiten también, a mayor escala en los telediarios.
¿Hasta qué punto se puede llegar a ser contradictorio con tus ideas y tus actos? ¿Cuál es la frontera que nos ponemos para decir “hombre; es que eso no se puede comparar con mi caso”? Quizás debamos definir y redefinir esos matices que hacen o no las cosas comparables. Pero a mí siempre me da que pensar que la manipulación que sufrimos a diario esté provocada por los mismos y hacia los mismos. Quizás de ella aprendemos y después nos comportamos, o quizás está directamente ya basada en nuestros propios comportamientos y adaptada para nuestras necesidades. Esa reciprocidad es lo que da algo de miedo y nuestro borreguismo diario para sentirnos cómodos en un mundo de locos.


2 comentarios:

Unknown dijo...

El principal fallo consiste en que alguien tenga que mirar en un catálogo o ir a ver lo que hay en una tienda para saber que necesita.

Unknown dijo...

El principal fallo consiste en que alguien tenga que mirar en un catálogo o ir a ver lo que hay en una tienda para saber que necesita.