lunes, 10 de marzo de 2014

Nuestros límites

Esta reflexión no tiene base científica alguna ni solidez más allá de lo que yo opino. Teniendo en cuenta que pocos o muy pocos conocerán de la existencia de esta opinión, y lo poco que me importa que se esté de acuerdo o no con ella (no obstante, siempre son bienvenidos los distintos puntos de vista), diré lo que buenamente creo que se ajusta a un gran número de casos, lo cual no hace de ello una ley, pero sí una tendencia general. 

Este preámbulo introduce lo que el título pretende: saber dónde están nuestros límites. Para mí, creo que los límites se pueden establecer en numerosas categorías, pero un par de ellas, a parte de los evidentes y no evidentes, serían "los que nos ponemos a priori"  y "los que conocemos a posteriori". Creo que, sin ninguna duda, los peores son los de la primera categoría. Son los que tienen como fundamento el miedo y la inseguridad y los que nos impiden mirar hacia adelante, evolucionar y aspirar a otra cosa (mejor o peor, pero otra cosa). Son esos que nos anclan al inmovilismo, los que nos amedrentan y nos hacen conformistas. Del conformismo y la actitud posterior también se puede hablar mucho, pero eso que lo hagan otros más listos que yo. 

Los segundos tienen dos tipos de sabores: el que nos deja la amargura de haberlo intentado pero sin éxito, lo cual establece una frontera que delimita nuestro poder hacer, nuestra habilidad, y desarrolla el sentimiento de frustración o, sencillamente, un conformismo de grado mayor al anterior mencionado. Siempre queda el pequeño consuelo de haberlo intentado. Como diría alguno que yo me sé: "lo importante es participar". 

El segundo sabor es el de la absoluta victoria, el del éxito, el del trabajo bien hecho y la recompensa y el premio de lo alcanzado. Lo importante es participar, !pero qué bien sabe ganar! Cuando uno alcanza esa cima y saborea esa miel, debe también andar con pies de plomo; la pérdida de contacto con la realidad, la idea de pensar que todo es alcanzable, que todo es posible para uno, el autoconcepto sobredimensionado de uno mismo... es peligroso. Y no hay nada como una buena dosis de humildad (ta mal vista hoy en día) para recolocar los pensamientos. Esta humildad suele ir de la mano del fracaso y de haber conocido nuestros límites anteriormente. El sabor agrio de la derrota.

Pero creo que lo más importante es conseguir sacar una lectura positiva en ambos casos, más si cabe cuando nos llevamos el chasco, cuando mordemos el polvo y nos hemos rebozado por el barro. Es ahí donde uno puede volver a la comodidad del sofá, a ese conformismo grisáceo, o pensar en sacudirse el polvo e intentar de nuevo ver si se puede. 

En estos tiempos oscuros, donde los límites vienen cada vez más impuestos por aquellos que, con el miedo, pretenden dejarnos apoltronados, anestesiados y sin más ganas de intentarlo, conviene recordar que siempre hubo que hacer un gran sacrificio para eliminar esas barreras, y que las historia nos demuestra que es preferible llenarse la cara de barro mil veces, que someterse al ostracismo y el miedo de quien nos lo pretende imponer. 

Hoy disfruto del sabor dulce del éxito, esperando la próxima vez que deba limpiarme la cara de barro. 

2 comentarios:

Unknown dijo...

Joder vaya chapa que te has marcado. Que conste que yo solo lo he leído por la foto de Alex Honnold en Yosemite. Por cierto para poder publicar esta mierda de comentario me piden que demuestre que no soy un robot, pero yo ni siquiera sé si no lo soy.

Unknown dijo...

Es coña esta muy bien tu reflexión ya que es muy cierto que estamos muy acostumbrados a quedarnos en nuestra zona de confort. Enhorabuena, no por el blog, que es un tostón infumable, sino porque eres un crack en general. Me vuelven a pedir que demuestre que no soy un robot...