Esta reflexión no tiene base científica alguna ni solidez más allá de lo que
yo opino. Teniendo en cuenta que pocos o muy pocos conocerán de la existencia
de esta opinión, y lo poco que
me importa que se esté de
acuerdo o no con ella (no obstante, siempre son bienvenidos los distintos
puntos de vista), diré lo que buenamente creo que se ajusta a un gran número de
casos, lo cual no hace de ello una ley, pero sí una tendencia general.
Este preámbulo
introduce lo que el título pretende: saber dónde
están nuestros límites. Para
mí, creo que los límites se pueden establecer en numerosas categorías, pero un
par de ellas, a parte de los evidentes y no evidentes, serían "los que
nos ponemos a priori" y "los que conocemos a posteriori".
Creo que, sin ninguna duda, los peores son los de la primera categoría. Son los
que tienen como fundamento el miedo y la inseguridad y los que nos impiden mirar hacia
adelante, evolucionar y aspirar a otra cosa (mejor o peor, pero otra cosa). Son
esos que nos anclan al inmovilismo, los que nos amedrentan y nos hacen
conformistas. Del conformismo y la actitud posterior también se
puede hablar mucho, pero eso que lo hagan otros más listos que yo.
Los segundos tienen
dos tipos de sabores: el
que nos deja la amargura de haberlo intentado pero sin éxito,
lo cual establece una frontera que delimita nuestro poder hacer, nuestra
habilidad, y desarrolla el sentimiento de frustración o, sencillamente, un
conformismo de grado mayor al anterior mencionado. Siempre queda el pequeño
consuelo de haberlo intentado. Como diría alguno que yo me sé: "lo
importante es participar".
El segundo sabor es el
de la absoluta victoria,
el del éxito, el del trabajo bien hecho y la recompensa y el premio de lo
alcanzado. Lo importante es participar, !pero qué bien sabe ganar! Cuando uno
alcanza esa cima y saborea esa miel,
debe también andar con pies de plomo; la pérdida de contacto con la realidad,
la idea de pensar que todo es alcanzable, que todo es posible para uno, el
autoconcepto sobredimensionado de uno mismo... es peligroso. Y no hay nada como
una buena dosis de humildad (ta mal vista hoy en
día) para recolocar los pensamientos. Esta humildad suele ir de la mano
del fracaso y de haber conocido nuestros límites
anteriormente. El sabor agrio de la derrota.
Pero creo que lo más
importante es conseguir sacar una lectura positiva en ambos casos, más si cabe
cuando nos llevamos el chasco, cuando mordemos el polvo y nos hemos rebozado por el barro. Es ahí
donde uno puede volver a la comodidad del sofá, a ese conformismo grisáceo, o
pensar en sacudirse el polvo e intentar de nuevo ver si se puede.
En estos tiempos
oscuros, donde los límites vienen cada vez más impuestos por aquellos que, con
el miedo, pretenden
dejarnos apoltronados, anestesiados y sin más ganas de intentarlo,
conviene recordar que siempre hubo que hacer un gran sacrificio para eliminar
esas barreras, y que las historia nos demuestra que es preferible llenarse la cara de barro mil veces,
que someterse al ostracismo y el miedo de quien nos lo pretende imponer.
Hoy disfruto del sabor
dulce del éxito, esperando la próxima vez que deba limpiarme la cara de barro.
2 comentarios:
Joder vaya chapa que te has marcado. Que conste que yo solo lo he leído por la foto de Alex Honnold en Yosemite. Por cierto para poder publicar esta mierda de comentario me piden que demuestre que no soy un robot, pero yo ni siquiera sé si no lo soy.
Es coña esta muy bien tu reflexión ya que es muy cierto que estamos muy acostumbrados a quedarnos en nuestra zona de confort. Enhorabuena, no por el blog, que es un tostón infumable, sino porque eres un crack en general. Me vuelven a pedir que demuestre que no soy un robot...
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