jueves, 26 de octubre de 2017

Deseos

Me sigue resultando sorprendente cómo podemos ver la vida con tantas perspectivas con la mezcla del paso del tiempo y un ligero cambio de aires.
Esos nuevos aires están haciendo que vuelva a acercarme a la lectura, la cual tenía largamente olvidada. En los últimos dos meses he leído ya cuatro libros y todos ellos me han dejado algo en común: retomar las ganas por escribir.
No es el momento, quizás tampoco el lugar, pero sé que algún día podré dedicarme a intentarlo. Sigo sin saber cómo, ni sobre qué, pero intuyo que algo haré, de algún modo.
Cuanto más leo, más recuerdo cómo nacieron mis ganas de expresar ideas con las letras. Y recuerdo el tiempo en el que nació aquella sensación, que trae consigo una mezcla de muchas cosas, de muchos sentimientos y de muchos otros recuerdos.
Llegué incluso a empezar a dar forma a una idea sobre una historia. Algo que, como casi siempre que me siento a escribir, viene provocado por un jaleillo emocional acaecido. Es como la manera de calmarlo. De sacarlo.
Abrir el candado de la imaginación
Recuerdo que, aún en casa de mis padres, en lo que fue la habitación de mi hermana  y que pasó a ser mi estudio cuando ya no estaba, me quedaba largas horas en el ordenador jugando a un videojuego que llegó a aburrirme soberanamente. Cuando me cansé, decidí abrir el editor de texto y empezar a juntar frases según me salían. No tenía ni idea pero las tres primeras líneas resultaban ser una mezcla de la expresión de mis sensaciones, con la idea de intentar ponerlas fuera de mí, en la persona de otro. Y así fue como me lié a inventarme cosas completamente improvisadas.
Resultó que, lo que había empezado un poco de casualidad, sin saber bien en qué matar el tiempo, empezaba a tomar una forma rara, pero a la vez, empezaba también a definirse. Me daba cuenta de que, a medida de que escribía, mis ideas me iban llevando por calles un poco resbaladizas. Pecaba de ufano y pensaba que, si dejaba simplemente salir mis ganas y la inspiración que me viniera a visitar, todo iría tomando forma por sí solo, como si yo solamente fuera el que apretaba las teclas, la marioneta al que movían con hilos. Pero nada de eso. Los personajes se me aparecían en la cabeza y sus diálogos se me mezclaban con cosas vividas, o con cosas vistas, se enredaban, empezaban a atascarse. Una idea no encajaba con la otra, pero, de repente, algo aparecía que le daba una nueva vía de escape a la trama.
La mezcla de recuerdos de escenarios con los imaginados, era una manera de empezar a hacerme preguntas sobre cómo y qué podía contar que fuera creíble. Entendía que mi entorno de aquel entonces debía formar parte de todo como envoltorio, ya que era de algo de lo que podía escribir con credibilidad, pero pronto me di cuenta que había que hacer un trabajo muy complejo para que la cosa tomase cuerpo en condiciones.
Todo se fue mezclando y la temática derivaba en un tema delicado y de actualidad por aquel entonces. Me vi sacando libros de la biblioteca sobre temáticas peliagudas y leyéndolos en el metro, forrando las tapas para que la gente no me mirase mal, ya que pude percatarme en alguna ocasión de que más de uno se llevaba una impresión errónea sobre mí.
Creo que, por aquel entonces, estaba muy frustrado por tener que repetir la Selectividad, que me daría acceso a la Universidad. Me había quedado rezagado del resto y pensaba que no iba a sacar fuerzas yo solo, para repetir lo que ya había aprobado, así es que me apunté a una academia todo el curso, que me pagaba trabajando en verano. Esa frustración fue la motivación para escribir.
Los trayectos en el metro eran una mezcla de repaso de apuntes de la academia, con lectura de tres libros simultáneos para tomar notas que pudieran dar un poco de cuerpo a la historia y los detalles.
Me reencontré en mis horas de estudio con antiguas personas con las que coincidí en otros tiempos y se convirtieron en improvisado jurado de lo que se me iba ocurriendo. Necesitaba ver por dónde iba y qué sensaciones le provocaba lo escrito a los demás.
Llegó la selectividad, la prueba que me daría posteriormente acceso a estudiar la carrera que elegí (no la que quería) y que me ha llevado a donde ahora estoy. Tuve que dejar todo para preparar los exámenes y, a la vuelta del verano, empecé una etapa en la carrera que recuerdo con mucho cariño por muchas cosas. Me zambullí en experimentar todo aquello, lo cual era de lo más agradable y, a veces, de lo más jodido. Fueron un par de años que me renovaron en muchos sentidos, por dentro y por fuera.
Entonces me di cuenta de que el tiempo y un cambio de aires ayudan a limpiar las telarañas de la cabeza y los nubarrones grises que nos colocamos muchas veces.
Esa pausa que me dio la selectividad se está alargando mucho, pero intuyo que más pronto que tarde, me montaré un despachito agradable, en el que entre la luz del sol por la mañana, con una mesa repleta de papeles y un ordenador con una hoja en blanco en la pantalla que ponga Capítulo 1.
Antes de llegar a ese momento, deben pasar muchas cosas y tengo que aprender otra tonelada de otras para saber sofocar mi osadía de entonces, pensando que las musas escribirían fácilmente una historia por mí. Aprender a ligar ideas, a documentar párrafos, a dar vida creíble a personajes reales…Son muchos deseos. Pero todo llega.


PD.: Si a alguno le da por leer este post, le recomendaría que leyese cuanto antes El libro de los Baltimore, de Jöel Dicker. Creo que ese libro me ha dejado una sensación tan buena, que podría empezar a leerlo ahora mismo de nuevo.

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